martes, 25 de febrero de 2014

Totalidades concretas (I)



Los conflictos, y las luchas que desencadenan, se dan en circunstancias concretas, nunca exactamente repetibles, en el seno de sociedades complicadas. La real complejidad de cualquier sociedad humana, de la familia a la tribu y de la nación al estado, se refleja en el modo de percibirla que tiene cada individuo, a partir de la enorme multiplicidad de experiencias acumuladas en su mente: unas, compartidas, otras particularísimas.

Se tiene entonces la tentación de tirar la toalla y renunciar a cualquier análisis sociológico. Algunos por pereza intelectual, otros con una amarga sensación de impotencia, llegan a creer imposible  el conocimiento de las sociedades.

Pueden ocurrir ambas cosas a personas de buena fe, pero cuando alguien como Margaret Thatcher, durante una entrevista concedida en 1987, se preguntaba "¿quién es la sociedad?" y ella misma respondía "no existe tal cosa, tan sólo individuos, hombres y mujeres", no cabe duda de que se trataba de una impostura.

Porque aquella señora estaba dirigiendo una de esas cosas que según ella no existían.

Esta negación del conjunto aceptando la existencia de las partes es similar a un cierto materialismo primitivo, que postulaba la sola existencia de átomos y vacío. Aunque en el fondo, como la tal Margaret, ese sistema tenía (y tiene) gran dificultad para explicar cómo la estructura de los entes complejos crea propiedades emergentes, y entre ellas el fenómeno evolutivo.

¿Por qué es el individuo una realidad, si es un conjunto complejo de partes, y no lo iba a ser una sociedad? Ambos sistemas organizados son algo más que los elementos que los componen.

Así nos topamos con el problema de los universales y de las diversas formas de existencia. El lenguaje, modelo que sustituye los seres por símbolos verbales, nos lleva a pensar que, de igual manera que existe una piedra concreta, también “existe”, como concepto (¿y eso qué “es”?) la idea de piedra. Y de ahí “las piedras”, como conjunto desestructurado.

Trasladar mecánicamente esta multiplicidad amorfa de seres despojados de propiedades a los conjuntos complejos, sobre todo a los funcionales y adaptativos, permite varias cómodas salidas, desde el idealismo en su forma extrema, “a lo Berkeley” (en mi ingenua mocedad, una amiga trataba de demostrarme que yo no existía: solo existían ella… y la farsa; simpático divertimento juvenil), hasta un materialismo vulgar que no concede mucha importancia a lo complejo, limitándose a decir, como la Sra. Thatcher, que sólo hay existencias individuales.

Si la existencia de universales se reduce al mundo de las ideas, ¿no serán también inexistentes, más allá de una forma de pensar y de hablar, las totalidades concretas? ¿Podemos de veras conocer la realidad?

En términos absolutos, la realidad es inefable. Pero, como ocurre con los límites en matemáticas, con valores inalcanzables pero reales, siempre podemos lograr una aproximación suficiente para describirla y manejarla a efectos prácticos. Para conocer esa realidad de la realidad es necesario un método. Y es importante descubrir que se trata de un proceso “de ida y vuelta”, de lo real a las ideas y vuelta a lo real, que hay que actualizar permanentemente con los nuevos datos de que se disponga.

Cuando empecé a estudiar matemáticas, me admiraba ver con qué lógica impecable se demostraban los teoremas. Pronto comprendí que ese proceso demostrativo no era más que un modo de asegurar su categoría de verdad, y que nunca sirve para descubrir un nuevo teorema: porque el método del descubrimiento es otro.

En el libro de Néstor Kohan “Nuestro Marx”, al que ya me referí en otro lugar, dentro del capítulo dedicado al “método dialéctico”, hay una sucinta aproximación a la teoría del conocimiento, entendiendo por tal la base de los fundamentos y métodos del conocimiento científico:




Marx nunca alcanzó a escribir un tratado específico de epistemología que lo fundamentara sistemáticamente, aunque es posible reconstruir su punto de vista al respecto a partir de un conjunto muy variado de materiales: sus numerosas cartas referidas al método; aquella sección titulada “El método” en el capítulo “La metafísica de la economía política” de su polémico libro contra Proudhon, Miseria de la filosofía; la Introducción a los Grundrisse (1857-1858), así como los prefacios y epílogos de El Capital.

En la mencionada Introducción, Marx abordaba sucintamente la cuestión del método científicamente correcto que, en su opinión, deben seguir en su generalidad las ciencias sociales en su conjunto, y más particularmente la economía política.

Marx hace aquí una descripción de los pasos fundamentales que la epistemología debería señalar en los procesos de descubrimiento (llamado por él “modo o método de investigación”) y justificación (que denomina “modo o método de exposición”) de la ciencia social. Si los enumeramos encontraríamos por lo menos siete fases, a saber:
1. Lo real social concreto (existente como aquello real que se quiere explicar y conocer).
2. La representación plena (totalidad caótica y acrítica formada por intuiciones y percepciones).
3. Las determinaciones abstractas (“conceptos” definidos).
4. La primera totalidad conceptual construida (concebida bajo sus aspectos, determinaciones y momentos concretos pero todavía genéricos, y esta misma totalidad conceptual, pero ahora considerada al mismo tiempo como abstracta).
5. Las categorías explicativas.
6. La totalidad concreta histórico-social explicada (en el plano del pensamiento).
7. La realidad social conocida.
[…] lo real social concreto (1), […] constituye el objeto de estudio de las disciplinas sociales, el punto de partida de toda investigación.

En una segunda fase (2), el pensamiento científico (e incluso la conciencia inmediata precientífica) tiene una representación aparentemente plena de la realidad […] pero confusa y caótica, donde los elementos no están articulados ni ordenados […] una totalidad caótica sin orden lógico, donde no se han separado todavía los elementos y aspectos principales y esenciales de los que son meramente secundarios y accidentales. En la vida cotidiana corresponde al momento del sentido común, mediado por la hegemonía cultural de quienes detentan y ejercen el poder (Hegel lo denominó el momento de “certeza sensible”).

Por un proceso de análisis, que consiste en la separación, desagregación y fijación de cada uno de los elementos de la representación intuitiva y confusa de nivel (2), la ciencia llega a determinaciones simples y generales (3), a partir de las cuales definirá sus conceptos o categorías. La selección de esos elementos e hipótesis se hace siempre desde una perspectiva política. No se pueden separar las categorías analíticas de la ideología política ni de los valores que sustenta el investigador.

Para esta línea de pensamiento epistemológico el proceso de validación y justificación lógica de la teoría (llamado por Marx, como ya expusimos, “modo de exposición”) debe comenzar por estas categorías simples y generales. Estas primeras definiciones —que ocuparán el papel de las primeras categorías científicas— tienen aún para Marx el carácter de “abstractas”. El sentido de “abstracto” en Marx es diferente al uso corriente de este término, pues para él —como para Hegel— abstracto significa lo que está desligado de una totalidad o conjunto de relaciones que lo abarcan, lo incluyen y dentro de las cuales adquiere su sentido. Abstracto no es lo que está lejos de lo material físico-químico. Por el contrario, cuanto más cerca estemos de la materia en su sentido inmediato más abstracto será nuestro conocimiento. El empirismo constituye para el marxismo el grado sumo de la abstracción.

Cuando se llega a estas múltiples determinaciones que se articulan en relaciones ordenadas y jerarquizadas lógicamente, lo abstracto se convierte y transforma en concreto. Lo “concreto” lo es entonces porque constituye la síntesis —entendida no como la mera composición de átomos disgregados sino como la construcción de relaciones— de múltiples y diversas determinaciones, la unidad ordenada de lo diverso. Es importante tener presente esta elucidación significativa pues “abstracto” no es sinónimo de difícil o abstruso, ni “concreto” es sinónimo —siempre en esta particular óptica— de lo inmediatamente accesible mediante los sentidos.

Una vez que en la historia de la ciencia social ésta mediante el análisis ha arribado a estas definiciones simples (Marx cita —para su caso en el interior de la historia de la ciencia económica— a Adam Smith, David Ricardo y al resto de los economistas británicos clásicos y su descubrimiento del concepto de trabajo), es tarea de la ciencia social partir de estas definiciones generales o determinaciones simples y abstractas y llegar a integrarlas, para poder comprenderlas, en una totalidad conceptual construida (4).

La totalidad conceptual construida es concreta con relación a las determinaciones simples del nivel (3), pues las engloba e incluye dentro de sus múltiples relaciones otorgándoles el sentido del que carecerían si se las mantuviera aisladas. Pero es abstracta con relación a los pasos subsiguientes del conocimiento científico, pues todavía es una totalidad meramente general que no ha llegado a particularizarse, subdividirse y clasificarse.

De la totalidad que otorga sentido a las definiciones simples y generales podrán extraerse nuevas categorías (5), nuevos conceptos científicos. Estos no serán ya abstractos y genéricos como aquellos a los que la ciencia llega después de analizar y separar la representación inmediata del nivel (2), sino que tendrán una densidad mucho más específica, más concreta, menos general, lo que les proporcionará mayor poder explicativo. El modo de exposición o método de justificación y validación consistirá entonces en la ordenación de las categorías, desde las más simples y abstractas de nivel (3) a las más concretas y explicativas de nivel (5). Una ordenación que no es para nada independiente de los objetivos y los “presupuestos políticos básicos subyacentes”, del investigador.

Con estas categorías ordenadas a partir de la primera totalidad conceptual construida en el nivel (4) —apuntando a la construcción de totalidades cada vez más concretas, diferenciadas, complejas y abarcadoras (con un mayor y progresivo poder de explicación teórica), e incorporando las categorías explicativas más específicas (5) — el conocimiento científico tiende a construir una explicación acabada de la totalidad más concreta (6), en el terreno del conocimiento histórico y social.

Escribimos “tiende” y no “llega” pues ni Marx ni ningún científico social hasta el momento ha alcanzado a construir una explicación que incluya la totalidad de las determinaciones de la realidad social; por eso el nivel (6) sería más bien el objetivo y la meta última hacia el cual debería tender y apuntar toda investigación científica y toda explicación perteneciente a la ciencia social. Si esta última es capaz, a partir de la acumulación de los conocimientos ya adquiridos en su historia, de aproximarse al nivel 6 de explicación científica, puede volver a su anterior punto de partida de nivel (1), pero en otro nivel (7), pues la realidad ya no sería confusa e inexplicada sino que, habiendo sido analizada y reconstruida sintéticamente por el pensamiento científico, se volvería una realidad social conocida (7). En la perspectiva de Marx, la finalidad de ese conocimiento es política, apunta a la praxis, que está presente al comienzo y al final del proceso.

Todas las categorías científicas —desde el nivel (2) hasta el (6) — pertenecen al mundo conceptualmente producido (B). Es decir, al mundo teórico del conocimiento que el científico va construyendo con el objetivo de conocer la realidad social, para poder contribuir a su transformación. Sin teoría, afirmaba Lenin, no hay movimiento revolucionario (como sin práctica ni proyecto político —consciente o inconscientemente— difícilmente haya producción teórica).

La transformación del mundo y su accionar o la conservación (que también implica un accionar), pertenecientes al mundo real (A), son el objeto de conocimiento de toda ciencia social, y se encuentran al comienzo del proceso cognoscitivo, como punto de partida, y al final, como punto de llegada, o sea, como realidad que ha sido conocida o reproducida conceptualmente.

Marx plantea explícitamente esta distinción entre el mundo conceptual correspondiente al plano cognoscitivo y el mundo real, para superar la dificultad en la que cae Hegel. No porque para él se pudieran escindir los momentos del conocer y del actuar. Marx siempre se basó en la unidad sujeto-objeto, pero esta unidad la concibió no como homogénea e indistinta sino como diferenciada.
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Espero que lo citado hasta aquí aclare de alguna forma este método de aproximaciones sucesivas al conocimiento de la realidad, conocimiento inseparable de su apropiación, que es lo que caracteriza a la ciencia. La teoría y la práctica son dos polos inseparables de un par dialéctico, y ninguno de ambos polos existe sin el otro.

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