lunes, 28 de mayo de 2018

¿Qué cosa es el post-marxismo? (II)

Como una nueva "crítica de la crítica crítica", James Petras publicó, y Antonio Olivé la reprodujo, esta crítica marxista de los intelectuales post-marxistas. Por mi parte, reconociendo la dificultad creciente que tenemos para leer demasiado de una vez, me he propuesto dividir en raciones más cortas este interesante texto.

Comencé aquí con la refutación del problemático postulado, equivalente a "no hay nada que hacer", que afirma tajantemente que el socialismo ha fracasado, se supone que para siempre, y que igualmente lo hará cualquier teoría general de la sociedad (excepto, naturalmente, el post-marxismo). El artículo denuncia la torticera argumentación que confunde en un todo las derrotas políticas, económicas y militares. Además, estos intelectuales atribuyen gratuitamente al pensamiento marxista una rigidez e inmovilidad que está, más que en la realidad de este y de cualquier pensamiento vivo, en el imaginario antimarxista.

Toca ahora analizar el segundo argumento, que niega validez al análisis de clase. No llega al monádico "la sociedad no existe" de Margaret Thatcher (¿qué era entonces lo que ella gobernaba con su delicada mano de hierro?), porque aunque considera inoperante la identificación de los individuos como miembros de una clase social, este juicio admite sin cortarse un pelo otras identidades.
































2. El énfasis marxista en la clase social es “reduccionista” porque las clases se están disolviendo; los principales puntos de partida políticos son culturales y están enraizados en diferentes identidades (raza, género, etnicidad, preferencia sexual).
Sigue la argumentación de Petras. No es reciente, como puede verse cuando dice que "Bolivia tiene un vicepresidente indio que preside los arrestos en masa de los campesinos indios que cultivan la coca". Ni el actual vicepresidente es indio, ni arresta a los cultivadores de coca. Pero justamente ahora el análisis es más pertinente que cuando se escribió.

La Disolución de las Clases y el Surgimiento de las Identidades

Los post-marxistas atacan la noción marxista de análisis de clases desde varios ángulos. Por un lado, ellos dicen que esto obscurece la igual o más significativa importancia de las identidades culturales (género, etnicidad). Ellos acusan a los analistas de clase de ser “reduccionistas económicos” y fallan al explicar el género y las diferencias étnicas dentro de las clases. Entonces ellos van más allá al argumentar que estas “diferencias” definen la naturaleza de la política contemporánea. La segunda línea de ataque en el análisis de clases es el resultado de una visión en que la clase es meramente un invento intelectual: es esencialmente un fenómeno subjetivo que está determinado por la cultura. Así, no hay “intereses de clase objetivos” que dividan la sociedad ya que los ‘intereses’ son puramente subjetivos y que cada cultura define sus preferencias individuales. La tercera línea de ataque argumenta que ha habido vastas transformaciones en la economía y en la sociedad que han borrado  las antiguas diferencias de clase. Algunos post-marxistas argumentan que en la sociedad post-industrial, la fuente de poder está en los nuevos sistemas de información, las nuevas tecnologías y en aquellos que las dirigen y controlan. La sociedad, de acuerdo con este punto de vista, está evolucionando hacia una nueva sociedad en la que los obreros industriales están desapareciendo en dos direcciones: hacia arriba, incorporándose a la “nueva clase media” de alta tecnología y hacia abajo, convirtiéndose en marginales “de clase baja”.

Los marxistas nunca han negado la importancia de las divisiones étnicas, de género y raciales dentro de las clases. Lo que ellos han enfatizado, sin embargo, es el amplio sistema social que genera estas diferencias y la necesidad de unir las fuerzas de clase para eliminar estas desigualdades en todos los aspectos: laboral, comunal, familiar. Lo que la mayoría de los marxistas objetan es la idea de que las desigualdades de género y raza pueden y deben ser analizadas y resueltas fuera del marco de la clase: que la mujer terrateniente con sirvientes y riqueza tiene una “identidad” esencial con las mujeres campesinas que son ‘empleadas’ con salarios de hambre. Los burócratas indios de los gobiernos neo-liberales tienen una “identidad” común con los campesinos indios que son desplazados de sus tierras por las políticas económicas de libre mercado. Por ejemplo, Bolivia tiene un vicepresidente indio que preside los arrestos en masa de los campesinos indios que cultivan la coca. Las políticas de identidad en el sentido de la conciencia de una forma particular de opresión por un grupo inmediato puede ser un punto de partida adecuado. Este enfoque, sin embargo, se convertirá en una prisión de “identidad” (raza o género) aislada de otros grupos sociales explotados a menos que trascienda los puntos inmediatos de opresión y se enfrente  al sistema social en el cual esta inmerso. Esto requiere un análisis de clases más amplio de la estructura del poder social que dirige y define las condiciones de las desigualdades generales y específicas.

Lo esencial de las políticas de identidad es que aísla los grupos en grupos competidores que son incapaces de trascender el universo político-económico que define y confina a los pobres, los obreros, los campesinos y los empleados. La política de clases es el terreno desde donde enfrentar a las “políticas de identidad” y transformar las instituciones que sostienen las clases y otras desigualdades.

Las clases no surgen por algo subjetivo: ellas son organizadas por la clase capitalista para apropiarse del valor. Así, la noción de que la clase es una noción subjetiva dependiente del tiempo, el lugar y la percepción confunde la clase con la conciencia de clase. Mientras que la primera tiene un status objetivo, la segunda está condicionada por factores culturales y sociales. La conciencia de clase es una composición social que, sin embargo, no la hace menos ‘real’ e importante en la historia. Mientras que las formas sociales y expresiones de la conciencia de clase varían, es un fenómeno recurrente a través de la historia y la mayor parte del mundo, aunque a veces está opacado por otras formas de “conciencia” en diferentes momentos (p.ej., raza, género, nacional) o combinada con ellas (nacionalismo y conciencia de clase).

Es obvio que hay cambios importantes en la estructura de clase, pero no en la dirección en que apuntan los post-marxistas. Los cambios importantes han reforzado las diferencias de clase y la explotación de clases, aunque la naturaleza y las condiciones de las clases explotadoras y explotadas han cambiado. Actualmente hay más trabajadores asalariados que en el pasado. El tema de la explotación no-regulada no es lo que describe un sistema que “trasciende” el capitalismo del pasado. Es el retorno a las formas de explotación de la fuerza de trabajo del siglo XIX. Lo que requiere un nuevo análisis es el capitalismo después de que un Estado popular ha sido sustituido por instituciones estatales más clara y directamente vinculadas al capitalismo dominante: el neoliberalismo sin intermediario gobernando el poder de clase del Estado. Sin importar las “múltiples determinantes” del comportamiento del Estado y el régimen en el pasado reciente, actualmente el modelo neo-liberal de acumulación depende más directamente de un control estatal centralizado vinculado horizontalmente a la banca internacional para implementar el pago de las deudas y a los sectores exportadores que ganan divisas. Sus vínculos verticales con el ciudadano como sujeto y vínculo primario es a través de un aparato estatal represivo y unas ONGs paraestatales que difuminan las explosiones sociales.

El desmantelamiento del Estado de bienestar significa que la estructura social está más polarizada: por un lado, los empleados públicos desempleados afectados en salud, educación, seguridad social y por otro lado, profesionales bien remunerados vinculados a las corporaciones multinacionales, las ONGs y otras instituciones financiadas externamente vinculadas al mercado mundial y a los centros de poder político. La lucha hoy no es solamente entre las clases en fábricas sino entre el Estado y las clases desarraigadas, desplazadas de un empleo fijo y forzadas a producir y vender y llevar los costos de su reproducción social, en las calles y mercados. La integración al mercado mundial de los  exportadores de élite y compradores medianos y pequeños (importadores de productos electrónicos, funcionarios del turismo de hoteles y resorts internacionales) tiene su contraparte en la desintegración de la economía interna: la industria local, las pequeñas granjas con el consecuente desplazamiento de los productores hacia la ciudad y el extranjero.

La importación de bienes de lujo para la alta clase media está basada en las ganancias remitidas por la fuerza de trabajo “exportada” de los pobres. El nexo de la explotación comienza con el empobrecimiento del interior, el desarraigo de los campesinos y su inmigración a las ciudades y al extranjero. Los ingresos enviados por la “fuerza de trabajo exportada” abastece la moneda dura para financiar las importaciones y los proyectos de infraestructura neo-liberal para promover el negocio extranjero y nacional del turismo. La cadena de explotación tiene más circuitos, pero al final todavía está ubicada en la relación capital-fuerza de trabajo. En la era del neo-liberalismo, él lucha por variar la ‘nación’, el mercado nacional, la producción nacional y el intercambio son de nuevo una demanda histórica básica. De la misma forma, el crecimiento de empleo desregularizado (informal) requiere una inversión pública poderosa y un centro regulatorio para generar empleo formal con condiciones de vida adecuadas. En una palabra, el análisis de clases necesita estar adaptado a la regla del capital sin intermediario en un mercado de trabajo desregularizado con vínculos internacionales en el que las políticas reformistas redistributivas del pasado han sido sustituidas por políticas neo-liberales reconcentrando los ingresos del poder en la cima. La homogenización y movilidad hacia abajo de amplios sectores de obreros y campesinos que estaban anteriormente en el mercado de trabajo regulado crea un gran objetivo potencial para la acción revolucionaria unificada. En una palabra, hay una identidad de clase común que forma el terreno para organizar las luchas de los pobres.

Resumiendo, contrariamente a lo que argumentan los post-marxistas, las transformaciones del capitalismo han hecho el análisis de clases más importante que nunca.

El crecimiento de la tecnología ha exacerbado las diferencias de clases, no las ha abolido. Los trabajadores en la industria de micro-chips y aquellas industrias en las que se han incorporado los nuevos chips no han eliminado a la clase obrera. Mas bien, ha reorientado los centros de actividad y el modo de producir dentro del proceso continuo de explotación. La nueva estructura de clases hasta lo que se percibe actualmente combina las nuevas tecnologías con formas de explotación más controladas: la automatización de algunos sectores incrementa el tiempo de trabajo en la línea de producción; las cámaras de circuito cerrado de TV incrementan la vigilancia del trabajador a medida que se reduce el personal administrativo, los ‘círculos de control de calidad’, en los que la presión de los obreros  incrementa la auto-explotación sin incremento del poder o el salario. La “revolución tecnológica” es conformada por último por la estructura de clase de la contrarrevolución neo-liberal, las computadoras permiten al negocio agrícola controlar los costos y el volumen de los pesticidas, pero son los trabajadores de bajos ingresos los que lo riegan y son envenenados por él. Las redes de información están interconectadas para quitarles trabajo a la industria del deporte o de bienes domésticos (la economía informal), para la producción de textiles, zapatos, etc.

La clave para entender este proceso de desarrollo combinado y desigual de la tecnología y la fuerza laboral es el análisis de clase y dentro de éste, el género y la raza.

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