miércoles, 31 de enero de 2018

La expresión gráfica en la ingeniería (13-a)

Inicio ahora el capítulo décimotercero de lo que comenzó aquí y ha llegado hasta aquí. Encontraréis el capítulo en PDF en este enlace.

La ilustración que sigue es la doble hélice del ADN. Dos cadenas helicoidales de nucleótidos, emparejados los de una y otra cadena por fuerzas electrostáticas, unos puentes de hidrógeno que acercan y tensan a un par de bases nitrogenadas complementarias. El conjunto parece una escala de cuerdas que se retuerce sobre su eje.

Como abstracción geométrica, el nucleótido tiene tres componentes, a saber, un azúcar, la pentosa desoxirribosa que da nombre a la molécula (que sería un punto de la hélice), un grupo fosfato que une cada punto con el siguiente (un tramo de la misma) y la base nitrogenada que establece el puente con la base correspondiente de la otra cadena.


En realidad, la información genética está contenida en los peldaños de la escala, siendo las hélices el soporte estructural, algo así como el archivador que mantiene los datos ordenados.

Esta otra animación es más "realista", si es que puede serlo representar los átomos por bolitas de colores:


Lo que he querido mostrar, más que las hélices, es el conjunto de enlaces tensos, las líneas tendencialmente rectas que forma el par de bases nitrogenadas que se atraen. Porque este capítulo no trata de líneas alabeadas sino de superficies regladas.

De hecho, toda la variedad de la vida no está en los puntos ni en los eslabones de la cadena, sino en las sucesivas combinaciones de los pares de bases nitrogenadas... 

La hélice es una línea funcional por excelencia, al resultar de la combinación de un movimiento de rotación y otro de traslación que comparten el mismo eje. Pero aunque esta entrega se ocupa casi por entero de superficies helicoidales regladas, otras superficies no regladas derivan de ella.

No veáis en la ilustración que sigue la línea ideal que representa el muelle, sino la superficie que encierra su grosor:


Dejo esta última superficie para el final de esta entrega, voy a ocuparme primero de las superficies regladas.


Lo interesante del movimiento helicoidal radica en combinar rotación y traslación relacionadas por un mismo eje: podemos trasladar puntos u objetos paralelamente a él o girarlos a su alrededor. Con velocidades de rotación y traslación uniformes la hélice es regular.

Si el objeto que realiza el movimiento es una línea, el resultado es una superficie, y si la línea es recta, una superficie reglada, en este caso un helicoide.

Una superficie reglada, como la recta que la engendra, carece de límites, que estableceremos cortándola con otra superficie. El helicoide que sigue lo hemos limitado por un cilindro con el mismo eje, y la figura representa precisamente la doble hélice del ADN.

En este caso, la recta que gira y se traslada corta al eje en ángulo recto. Por mantenerse siempre en un plano perpendicular al eje el helicoide se llama de plano director.


En este otro helicoide de plano director la recta móvil se cruza perpendicularmente con el eje. Hemos limitado la superficie entre dos cilindros coaxiales, de modo que lo que se traslada es un segmento de recta. Obsérvese que todos los puntos de la recta describen hélices más o menos estiradas, pero todas del mismo paso de rosca.


En el caso que sigue el ángulo de la recta móvil y el eje no es recto, pero se mantiene en el movimiento. Hemos limitado también la superficie con un cilindro coaxial:


Y tampoco en este caso es exigible que ambas rectas se corten.

El helicoide se denomina de cono director, porque sus generatrices se mantienen paralelas a las de un cono.

En la figura, la superficie está limitada por dos cilindros coaxiales. Esta es la limitación que se establece en la mayoría de los tornillos.


El filete de los tornillos es siempre una superficie helicoidal, que suele ser reglada, generalmente de cono director, aunque también los hay de plano director.


También puede la hélice servir de guía para otras superficies. La envolvente de una esfera que se mueve sobre una hélice es un serpentín. Es la superficie de un tubo hueco, pero también la de un muelle macizo, como el reluciente que puse más arriba.


Seguiremos analizando otras superficies de interés mecánico, o técnico en general.


jueves, 25 de enero de 2018

El capitalismo se acaba, pero...

El trueque como mecanismo de intercambio surge bien pronto. Yo tengo un cierto M que no necesito, pero me hace falta un M' que tienes tú en exceso, y en cambio careces de M. Pues tan amigos, lo cambiamos y satisfacemos así ambos nuestras necesidades. El problema es determinar las cantidades justas. En una situación crítica, una de las partes puede aprovechar la extrema necesidad o el deseo vehemente de la otra para regatear los términos de la operación, Mucha hambre pasaba Esaú cuando cambió la primogenitura a su aprovechado hermano por el famoso plato de lentejas, quedando así solemnemente inaugurada la era de la especulación con las necesidades ajenas.

En circunstancias menos dramáticas, las cantidades se establecen en función de que las dos partes consideren equivalente cantidad de trabajo, de esfuerzo, que cada una ha dedicado a su producto. La práctica aconsejó pronto superar el trueque directo de mercancías (no siempre lleva uno los camellos puestos y el otro la madera a cuestas) por un intermediario, el dinero D, y preferentemente el oro en las sociedades que han dispuesto de él, considerado universalmente valioso, por sus cualidades de estabilidad, belleza y escasez, y fácil de transportar. Así puedo separar en dos operaciones el acto de la venta de M y el de la compra de M', y el mercado pasa a ser menos engorroso, cambiando M por D y en otro momento, a mi conveniencia, D por M'. 

Si el trueque materializaba en un solo paso el ciclo elemental M-M', El empleo de la moneda descompone el intercambio en dos fases, M-D y D-M'. Está claro que M-D-M' solo tiene sentido si M M'.

La ventaja de poseer mucho D es la facilidad de poder adquirir en cualquier momento cualquier mercancía. Visto esto, parece interesante invertir el orden de las operaciones y en vez de vender mercancías para obtener el dinero necesario para la compra de otra mercancía, comprar mercancías para venderlas y obtener dinero. El ciclo se invierte, por lo menos en la intención y tenemos el ciclo mercantil por excelencia D-M-D'. Como la operación no tiene interés si D = D', para que resulta ventajosa hemos de añadir valor a la mercancía M, haciendo así D' > D. Una de las formas es el transporte, que me acerca lo que necesito a donde lo necesito. Otra es realizar alguna operación que revalorice M. En cualquier caso, si prescindimos del engaño como tercera posibilidad, lo que añado es trabajo, esfuerzo humano. Y no hay que perder de vista que nada impide que se trate del trabajo de otros, de trabajo ajeno, adquirido por menos de su valor en el mercado de trabajo.

En lo que sigue se analiza la contradicción inmanente en el sistema capitalista, que pretende aumentar continuamente la productividad del trabajo para ahorrar trabajo y con ello produce a un tiempo un exceso de mercancías y una pérdida de valor de lo producido, al tiempo que disminuye la posibilidad de su colocación en el mercado, pese a las continuas tretas para extenderlo a nuevos productos y nuevos territorios. Llegados los límites el sistema se vuelve insostenible y ha de terminar.

Pero frente al optimismo histórico de ciertos marxismos, que convierten el fin del capitalismo en el nacimiento de una era mejor, nada indica que así tenga que ser. El futuro no está escrito. Al final, depende de la conciencia de los hombres (y siempre de las mujeres, claro está...) que el final sea uno u otro. Porque además un injustificado optimismo histórico (como también un fatalismo pesimista) es la peor forma de ir hacia ese futuro no escrito en ninguna mente todopoderosa.

Claro que en las actuales condiciones una toma de conciencia colectiva es bien difícil, en parte por la potencia de los medios de desinformación, pero también porque la vista y la memoria fijas en lo inmediato resta capacidad de análisis a la mayoría. De todos modos, habrá que intentar que las cada vez más numerosas víctimas del sistema vayan entendiendo dos cosas: que el sistema no es inmutable ni eterno, y que su estructura es la causa de los males que ya están aquí.



Norbert Trenkle
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...Marx dice: “el verdadero límite de la producción capitalista es el capital mismo, es decir: que el capital y su auto valorización se manifiesta como punto de partida y de llegada, como motivo y fin de la producción… El medio, la evolución incondicionada de las fuerzas sociales de producción, está en conflicto ininterrumpido con el fin limitado de la valorización del capital dado” (MEW 25, p. 260). 

Se trata de una contradicción irresoluble inmanentemente en tanto que el aumento de la productividad empresarial supone efectivamente la eliminación del trabajo vivo del proceso de valorización, mientras que a la vez la valorización del capital no es otra cosa que el abuso de la mano de obra. Tomado en sí mismo, de ello no resulta de ninguna manera una disolución inmediata de las relaciones capitalistas. Por el contrario: mientras que la manera de producción en forma de mercancías estaba todavía relativamente poco desarrollada, es decir, sólo había influido superficialmente la sociedad y estaba limitada en lo esencial a pocos países y regiones del mundo, se desarrolla a partir de esta contradicción una dinámica monstruosa de expansión. Ya que la socavación permanente en ámbitos capitalistas limitados de masa de valor mediante el “ahorro” de mano de obra se compensó provisionalmente en la totalidad del ámbito capitalista mediante una expansión continua de la valorización en nuevos ramos laborales intensivos de la producción y mediante el ajuste capitalista de regiones del mundo adicionales. Es cierto que ese proceso de transformación no puede funcionar a la larga, sino que no es otra cosa que una manera determinada de suceder las cosas en la que la contradicción interna capitalista se desarrolla históricamente y, a la vez, se agudiza. Puesto que la “producción capitalista aspira constantemente a superar sus límites inmanentes, pero sólo los supera gracias a medios que la enfrentan a otros nuevos y en medida más poderosa” (Marx, ibíd.) Pertenece a la lógica del asunto que, más tarde o más temprano, se reduzca a la larga la cantidad absoluta de la mano de obra en uso de la totalidad de la sociedad y, de esa manera, disminuya la masa de valor producida en la totalidad del capitalismo. De esa manera, el capitalismo socava sus propios fundamentos.

El marxismo no sólo ha revuelto el diagnóstico de crisis formulado, es cierto, sólo abstractamente por Marx, en el sentido de la “tesis de descomposición”, sino que, a partir de ahí, ha interpretado la “contradicción entre fuerzas de producción y relaciones de producción” no como específicamente capitalistas, sino como transhistóricas, es decir, como válidas para todas las sociedades anteriores. Según el “materialismo histórico” el desarrollo de las fuerzas de producción es válido absolutamente como motor de la historia humana: ya que cada “fase del desarrollo” se corresponde siempre con una forma determinada de la “dominancia de clases”, así como de las relaciones de producción y explotación, el progreso de las fuerzas de producción tenía que entrar tarde o temprano en conflicto con el orden social correspondiente y producir su cambio revolucionario. Claramente se trata en este caso de una retroproyección de relaciones burguesas en el pasado, típica del pensamiento ilustrado (aquí sólo en sentido materialista). Puesto que ninguna otra sociedad aparte de la capitalista estuvo jamás organizada alrededor de la producción; ya sólo por esa razón, no podía existir algo así como la “contradicción entre las fuerzas de producción y las relaciones de producción”.

(...)

...la contradicción lógica interna del capital ya está dada en la forma nuclear de la forma de producción capitalista, la mercancía, y el movimiento hacia el fin en sí mismo del “sujeto automático” (es decir, el valor) no es otra cosa que el despliegue de esa contradicción. Que las relaciones sociales se generen como relaciones de cosas (más exactamente: de mercancías) y se opongan como tales a las personas como poder extraño, no sólo significa que su propio contexto social les imponga legalidades irracionales como si se tratase de leyes naturales; conlleva también su caducidad histórica última independientemente de todo querer subjetivo.

Por cierto, no tiene nada que ver con la “filosofía de la historia instauradora de sentido”, ya que más allá de la lógica (en sentido histórico completamente específica) de la sociedad de mercancías, cesa la determinación. Sólo es seguro que la sociedad capitalista tiene que hundirse violentamente en último término a causa de sus contradicciones internas, pero de ninguna manera, cómo va a suceder el proceso de ese hundimiento, y sobre todo tampoco, qué lo va a sustituir. La superación de la socialización en forma de mercancías sólo se puede poner en marcha, obviamente, mediante un acto colectivo y consciente, ya que no se trata de otra cosa que de la falta de conciencia social. Si va a salir bien, depende única y exclusivamente de si la gente consigue emanciparse o no de las formas de relación y comunicación constituidas de manera capitalista. Todo optimismo exagerado en relación a esto sería un error absoluto. No es improbable, de ninguna manera, que el proceso de derrumbamiento ponga en funcionamiento una dinámica incontrolable, catastrófica en cuyo transcurso se destruya todo contexto civilizatorio y, quizá, los fundamentos de la vida humana. Por lo menos, en la regiones de derrumbamiento del mundo actual ya se delinea esta posibilidad tan clara como aterradoramente. De cualquier manera, aún hay una opción emancipadora, aun cuando la oposición crítica con la sociedad esté a la defensiva en todo el mundo. En tanto que, pero sólo en tanto que, la historia está abierta para tomarse la molestia de una muletilla preferida que en general sólo está al servicio de escaquearse de un análisis y crítica consecuentes del proceso objetivado.
 
(...)

...aunque los movimientos en la superficie de los mercados financieros transnacionales sean tan confusos, el mecanismo básico del capital ficticio, como ya Marx lo descifró en lo esencial, no son difíciles de comprender. Básicamente se trata de un movimiento doble: ante todo el crédito y la especulación están al servicio de retardar la irrupción de la crisis, porque consiguen posibilidades de inversión ficticias (es decir, no cubiertas real económicamente) para capital sobre acumulado y, a la vez, crean de la misma manera capacidad de compra no cubierta; en último término, esto conduce a una agudización de la crisis, porque cuando explota la burbuja financiera la totalidad del potencial de desvalorización retardado se hace real de golpe.

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...el total desacoplamiento del dinero respecto a su base en oro y la desregulación de los mercados financieros ha conseguido un campo de acción espantosamente grande para la independización relativa del capital ficticio frente a la acumulación real; con ello se explica la dilación de la crisis extrañamente larga que se prolonga ya más de veinte años y la cantidad exorbitante de la “masa de valor” ficticia “almacenada”. Reconozco que no hemos valorado del todo bien el horizonte temporal de este proceso. Desde un punto de vista estructural, aproximadamente a principios de los años noventa, parecía prácticamente increíble que el sistema de bola de nieve se iba a poder mantener otros diez años o, incluso, algunos años más. Es verdad que los desarrollos que han tenido lugar desde entonces no han contradicho de ninguna manera el diagnóstico estructural, sino más bien lo han confirmado. Ya que el anticipo ficticio a la creación futura de valor no se ha saldado en términos de economía real, más bien la superestructura financiera se ha ido alejando en un movimiento exponencial cada vez más de la acumulación real y los procesos de racionalización que tienen lugar ahí incluso se han acelerado. Ya que, sin embargo, la valorización de capital no se puede emancipar del uso de trabajo vivo, hay que restituir la relación entre ambas esferas y esto violentamente, es decir, con un estallido.

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También es bastante fútil identificar sencillamente la predicción del hundimiento en último término irremediable (aunque no pronosticable con exactitud) del mercado financiero con el “diagnóstico de derrumbamiento” y después partirse de risa de que los “profetas de la crisis” siguen esperando supuestamente al largamente esperado “apocalipsis”. No se puede evitar la impresión de que se está intentando, por el contrario, apartar la vista de que la crisis esté en plena marcha desde hace dos décadas, de que grandes partes del mundo han sido declaradas inútiles para la valorización del valor y que se las ha desacoplado negativamente (con las consecuencias más brutales para las personas que viven allí) y que también en las metrópolis cada vez más partes de la población están afectadas por este proceso de desvalorización. Un hundimiento aceleraría este proceso con un impulso violento, pero, por supuesto, no sería la “derrumbamiento”, sino sólo una cesura en el proceso de decadencia, que, como ya he dicho, se puede alargar aún décadas y, es de suponer que va a encontrar siempre transcursos más espantosos si no se constituye en movimiento social-emancipatorio que se atreva a llevar a cabo la ruptura decisiva con la sociedad productora de mercancías. Quizá estas previsiones poco alegres no contribuyan, en último término, a hacer un tabú de las ideas sobre el agotamiento irreversible de la lógica capitalista de valorización sobre todo en los países-aún-ganadores del mercado mundial. Por lo visto, alimenta la creencia de que el capitalismo da un giro, después del fordismo, hacia una “normalidad” que se procesa de una manera manifiestamente ahistórica y, por ello, prorrogable eternamente, algo así como una “apariencia de seguridad” engañosa, porque permite seguir moviéndose en el desmontado, pero, al cabo, conocido, sistema de coordenadas marxista.

sábado, 13 de enero de 2018

Un recordatorio más

Antes de llegar al punto de no retorno (¿será, o habrá sido ya?) y desde la responsabilidad (creciente) que nos da el conocimiento (creciente), si como nos parece somos la conciencia ¿unica? y ¿tal vez efímera? del universo, con una relativa capacidad de actuación, habrá que esforzarse en cambiar la idea del superhombre sin límites, "aprendiz de brujo" (ignorante que se cree sabio) por la del "aprendiz de guardián" (aspirante a sabio que se sabe ignorante).

Responsabilidad colectiva, que no excluye la personal.

Yo tampoco quiero viajar a Marte, ni "terraformarlo". La geoingeniería no nos salvará ni aquí ni allí.

El escapismo tecnológico es la excusa para continuar con el hedonismo consumista. 

Este no es mi Homero.




Necesitamos transformarnos a nosotros mismos –a estas alturas, todo el que no esté ciego sabe que Homo sapiens, siendo lo que es, habiendo construido la cultura que ha construido, no tiene futuro en el tercer planeta del Sistema Solar a menos que cambie muy a fondo.

Y la disputa se refiere al sentido de ese cambio. Los dominadores nos dicen: nuestra antropotécnica nos convertirá en cyborgs transhumanos, criaturas mutantes dotadas de superpoderes. Llevaremos al extremo nuestro proyecto de dominación.

Y nosotros respondemos: precisamente se trata de dejar atrás las fantasías de dominación, y asumir que vivimos en un mundo indomeñable de sistemas complejos adaptativos. Se trata de reconocer en Gaia nuestro hogar, y asumir humildemente nuestro papel de animales con responsabilidades especiales dentro de la comunidad biosférica.

lunes, 8 de enero de 2018

La escala de la insignificancia

Estamos acostumbrados a vivir en recintos. Una habitación, una plaza, incluso un paisaje, son recintos cerrados por unos límites, reales o aparentes. Si nuestra vista la cierran unas montañas, aunque sepamos que más alla hay otras, incluso más altas, ellas son el límite. El horizonte más dilatado del mar es una clausura perceptiva.

"Ese cielo azul que todos vemos, ni es cielo ni es azul", pero nada puede quitarnos de la cabeza la ilusión cotidiana y tranquilizadora de que vivimos sobre un plato llano cubierto por un tazón invertido.

Ni la inmensidad del cielo estrellado (ese que hoy en las ciudades no nos deja ver la contaminación lumínica) nos quita la ilusión, la "evidencia", de que es una cúpula, adornada de luces equidistantes. La idea de que unas estrellas son mucho más lejanas que otras no deja de ser un conocimiento sin imagen, una abstracción imperceptible.

La luz de la Luna tarda en llegarnos más de un segundo; la del Sol más de ocho minutos, resultado de una distancia casi cuatrocientas veces mayor. Incluso cuando percibimos la luz del Sol, la del borde de su disco nos llega más de dos segundos después que la de centro.

Todo esto escapa a nuestras escalas perceptivas, esas que no nos dejan comparar directamente distancias mayores de unos pocos metros, porque la visión binocular es un compromiso entre lo cercano asequible y el tamaño de nuestra cabeza.

De este modo, el Sol y la Luna no dejan de ser en la vida diaria unas lámparas familiares colgadas del techo.

Solamente desde más de un cuarto de minuto-luz podemos darnos cuenta de que comparada la distancia que separa la Tierra de la Luna con sus tamaños respectivos, no dejan de ser dos pequeñas esferas distantes.

¡Menos mal! ¿Os imagináis lo que serían las mareas si la distancia fuera la que más o menos percibimos, nos diga el conocimiento lo que nos diga?


Lo que se ve en la instantánea podría pasar perfectamente como imagen de portada de una película de ciencia ficción. La toma la realizó una nave espacial cuando se encontraba a unos 5 millones de kilómetros de distancia de nuestro planeta. La Tierra frente a la Luna en la inmensidad del espacio (solitario).

La instantánea es obra de la nave espacial OSIRIS-REx de la NASA, actualmente de camino a Bennu, un asteroide rico en carbono que podría contener los elementos básicos de la vida. La fotografía también es un recordatorio de lo pequeños y “solos” que se ven las cosas en el espacio.

En realidad, la imagen está compuesta por tres tomas capturadas el 2 de octubre del año pasado, cuando la nave estaba a esos 5 millones de kilómetros de distancia (más o menos 13 veces la distancia real de la Tierra a la Luna). Sea como fuere, de camino a Bennu la nave tomó una de las fotos más impactantes del planeta Tierra del 2017. [NASA vía Space]


domingo, 7 de enero de 2018

Una geometría sorprendente

Las formas regulares, sean poligonales o poliédricas, no nos sorprenden en la pequeña escala. Estamos acostumbrados a los cristales de nieve o de cuarzo. La optimización del espacio que deben ocupar piezas idénticas conduce a estas estructuras. Lo entendemos desde la muy directa experiencia de amontonar naranjas o de ver esas apiladas balas de cañón en la puerta de algunos cuarteles de artillería.

Pero no vale la misma explicación estructural para este hexágono que la sonda Cassini ha fotografiado en el polo norte de Saturno. En los objetos celestes parece excluida esta regularidad, que incluso a escalas mucho menores solo produce la actuación de seres inteligentes.

Veámos el hexágono más de cerca:


Ningún ingeniero ha podido encerrar tan enorme masa gaseosa en en ese perfecto polígono. Pero ahí está, como un tornillo que mantiene en su sitio los círculos que lo rodean.

Lo que parece un hexágono es sin embargo uno más de esos círculos, sometido a una ondulación que se repite seis veces en cada vuelta.

Se trata de una corriente en chorro estabilizada, como las que existen en nuestra Tierra, solo que las nuestras son mucho más caóticas y turbulentas, y sin embargo mucho menos peligrosas.

Saturno es muy diferente de la Tierra. Su tamaño, la distancia al Sol, la inclinación de su eje y la composición de su enorme atmósfera están sin embargo sometidas a las mismas leyes físicas.

La sucesión de frentes fríos y cálidos que en nuestras latitudes nos traen las borrascas atlánticas se debe a la ondulación del frente polar. La corriente en chorro boreal separa el aire polar del tropical, y se ondula de modo muy variable. Cuando su látigo nos azota sucesivamente nos acordamos de que existe (y de una serie de santos). A veces pasa más al norte y no llueve ni a tiros.

Aquí se puede observar el comportamiento de la corriente y del frente polar. Vista desde el polo no parece tan diferente de la tuerca de Saturno.

No es fácil obtener un modelo visual tridimensional de la circulación de un fluido, aunque la información meteorológica diaria nos está familiarizando con algunos de sus conceptos e intenta visualizar al menos los vientos. Se echan de menos (yo al menos no las he encontrado) animaciones que divulguen conceptos físicos de la teoría de campos, porque la abstracción matricial no nos da imágenes de lo que es flujo, gradiente, divergencia o rotacional. Una pena, porque el estudiante maneja estos conceptos muchas veces sin tener una idea clara de lo que son en el mundo real.

Las imágenes las he tomado de este artículo, al final del cual este vídeo culmina su explicación comparando la circulación atmosférica en Saturno y en la Tierra:



miércoles, 3 de enero de 2018

Realismo pequeño y retraso fatal

¿Lo cercano "es" más grande, lo lejano "una pequeñez"? Nos lo parece en el espacio. Por eso los que bombardean desde gran altura o desde la distancia seguramente duerman tranquilos. Un atentado sin víctimas en mi localidad me ocupa más que otro con cien muertos en Afganistán.

Esto también ocurre con el tiempo. Lo inminente nos preocupa, el futuro un poco lejano deja de ser "nuestro problema".


En el día a día en que se desarrolla la práctica es más rentable ser cortés que generoso, porque la descortesía me puede costar una agresión ahora, y la generosidad tal vez me sea agradecida (o no) demasiado tarde.
 
Escribía Natalia Ginzburg en su bello libro Las pequeñas virtudes:

“Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia , sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber.
Sin embargo, casi siempre hacemos lo contrario. Nos apresuramos a enseñarles el respeto a las pequeñas virtudes, fundando en ellas todo nuestro sistema educativo. De esta manera elegimos el camino más cómodo, porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, es más, nos protegen de los golpes de la suerte.”
Yo puntualizaría que ese camino más cómodo nos protege en lo inmediato y como individuos aislados, pero puede ser un suicidio colectivo si miramos más lejos.

Jorge Riechmann hace notar la disyuntiva entre un realismo pequeño que nos concierne y otro grande pero alejado de nuestra esfera de influencia:
El realismo pequeño de las correlaciones de fuerza dentro de los colectivos humanos.

Y el realismo grande de los metabolismos socioecológicos, la convivencia interespecies y los límites que imponen termodinámica y ecología.

Pero cuando se enfrentan, gana siempre el realismo pequeño.
Es la vía cómoda de las pequeñeces, que huye de los grandes problemas y aplaza las grandes soluciones. Riechmann ironiza, cifrando el retraso en abordarlos en por lo menos un par de siglos:
En el siglo XXI, aún no hemos asimilado las dos grandes teorías científicas del XIX: termodinámica y evolución. Pongámonos de verdad a ello. Ya tendremos tiempo más adelante, quizá en el XXII, para dedicarnos a la ciencia del siglo XX: relatividad, física de partículas…
Nuestra conciencia no es el punto luminoso de un presente que se desplaza en el tiempo: deja un rastro de memoria que se va desvaneciendo hacia el pasado, como la estela de un avión, como la cola de un cometa. Aunque el presente no separa tiempos simétricos (más bien antimétricos, si se me permite esta metáfora mecánica tan impertinente como yo) trasladamos esta experiencia del pasado hacia el futuro, y también la imagen se desvanece hacia lo lejano. Sobre la continuidad del espacio-tiempo me ocupé en una serie que también se me ha ido desvaneciendo...

Este hecho de la conciencia condiciona (aunque tengo la esperanza de que no los determine por completo) nuestra concepción del mundo y nuestros comportamientos:
El principio antrópico nos sitúa como centro de un universo que (al menos en cierto entorno espacio-temporal) aparece como permanente, y por ello seguro y estable. Está ligado al principio de inercia que impide cambios demasiado bruscos (todo tiende a permanecer).
El desfase entre acción y reacción, causa y efecto, que en la física dinámica puede ser muy corto, alcanza otra dimensión en el comportamiento humano. La impertinencia que señalaba Riechmann hablando de los intereses de la ciencia de vanguardia de hoy implica un tremendo retraso en abordar el tema más pertinente ahora. Como no me canso de señalar, yo, "impertinente", ni pesimista ni optimista, sino todo lo contrario, meteré otra vez el dedo en el ojo:
...el equilibrio absoluto sólo se da en el reposo, y la aceleración permanente de la economía la desequilibra cada vez más, aumentando la entropía del sistema. Esta magnitud física se suele definir como "medida del desorden". El desorden creciente es cada vez menos ordenable, lo que sólo se puede hacer desde fuera del sistema-mundo, que está ya básicamente cerrado. No es que falte energía, es que cada vez es menos aprovechable.