jueves, 10 de agosto de 2017

Construcción y deconstrucción de Dulcinea del Toboso

Lecturas recientes y otras remotas me han traído a la memoria un interesante trabajo, de hace más de una década, realizado por una estudiante de Arquitectura dentro de una asignatura optativa, "Cervantes y el Quijote", que dirigía el profesor Santiago López Navia. Años después lo publicó en su blog, y porque recomiendo su lectura dejo este enlace.


Bajo la etiqueta "teoría de la literatura" he publicado anteriormente otros comentarios sobre Cervantes y su obra. Los libros que motivan mi reflexión siguen una cadena que va de Homero al texto cervantino, pasando por los libros de caballerías. Mi vuelta alrededor del mundo de la épica desemboca en la obra con la que comienza a perder su brillo. No creo exagerado afirmar que Cervantes inicia el pensamiento crítico moderno, porque su distanciamiento comprensivo y de gran humanidad es muy diferente del sentido entre satírico y demasiado obviamente moralizador de críticos anteriores.

Han pasado más de sesenta años (yo aún no tenía diez) desde que leí el Quijote por primera vez. En aquel tiempo leí también la Iliada, prestada por un vecino. Un gitano, herrero de profesión (pero esta historia merece un capítulo aparte).

El libro de Cervantes, en aquel tiempo, me divirtió mucho. Pese a mis pocos años percibí vagamente los mundos superpuestos en la narración, aunque lo que más me gustaba era la comicidad de muchas situaciones y el amable sentido del humor.

La Iliada, en cambio, me decepcionó entonces. Creí que la edición era incompleta porque esperaba leer toda la guerra de Troya y la narración se interrumpía en los funerales de Héctor. Pasó el tiempo y hasta este año, salvo fragmentos en antologías, no había leído la Odisea.

Esta lectura, y la sucesiva del Amadís de Gaula, me recondujeron de la épica a la ética (y a la óptica con el que en cada época se formulan ambas).

Es evidente que los conceptos éticos de tiempos pasados no se corresponden a los actuales (de los comportamientos reales mejor no hablar). En la Odisea impera la brutalidad de un modo que se diría inocente. No me refiero al comportamiento atroz del cíclope ni al caprichoso y parcial de los dioses. Los malos de las aventuras actuales siguen siendo así. Me refiero al de los buenos, sometidos hoy convencionalmente a ciertas reglas morales: nunca ellos inician un conflicto ni matan a traición.

Pero Ulises y sus compañeros no son mejores que sus enemigos. En su viaje de vuelta no tienen ningún problema en destruir y saquear una ciudad y matar a sus habitantes. La misma venganza sobre los pretendientes de Penélope es traidora y desproporcionada, lo cual no juzga el poeta, que no le dedica un comentario crítico. La astucia y el arrojo son los únicos valores que merecen su admiración.

(La naturaleza depredadora de los personajes se manifiesta a cada paso, como también cierta mezquindad. Motivo importante para que Telémaco busque a su padre es que los pretendientes, instalados en su casa, están arruinando sus propiedades. Estos aspirantes advenedizos y gorrones no ansían tanto a Penélope como su hacienda y el poder).

Más de dos mil años después, Amadís de Gaula sigue el mismo esquema, con algunos matices. La lucha se somete ya a ciertas reglas, las de la caballería. Los caballeros, sin mucho motivo, apenas se tropiezan se enfrentan como gallos de pelea, y el vencedor es dueño de la vida del vencido. Si este cuadro hubiese sido real no habría quedado un caballero para contarlo.

En las dos sociedades la propiedad se adquiere por conquista, en definitiva por rapiña.

Pero un factor es nuevo, y es el amor fiel. No es ya la espera sumisa de Penélope ni el instinto posesivo de Ulises, sino un sentimiento mutuo y excluyente entre iguales. La fidelidad aquí es otra cosa.

Según Borges, "cuatro son las Historias", cuatro ciclos narrativos que se repiten en un eterno retorno, todas relacionadas con las pulsiones básicas, las tres heridas de Miguel Hernández. Habrá que matizar la idea de Borges, añadir que este eterno retorno nunca se produce de la misma manera, porque en cada sociedad y en cada tiempo son diferentes las formas de entender el mundo.

Dos cosas quiero anotar antes de pasar a Cervantes, que adquirirán su plena importancia en el Quijote, referidas al  tiempo y el espacio de la narración.

En cuanto al tiempo, tiene gran importancia en ambos libros. La Odisea no es una narración plana de principio a fin. El recurso a lo que cuentan los personajes permite al poeta cerrar un círculo en que el tiempo inicial y el final están cercanos, y el orden cronológico de los sucesos no es el de la obra. Solamente se va rellenando el pasado con los distintos relatos. En el Amadís, sucesos simultáneos aparecen necesariamente separados, y tiene mucha importancia el desconocimiento por los personajes de lo que ocurre a otros y en otros lugares. El narrador omnisciente lo sabe y lo va contando, y así el lector lo va averiguando antes que los implicados. Aunque ciertamente estos trucos no son ajenos a la literatura de todos los tiempos, ambos ciclos son ejemplos magistrales.

En cuanto al espacio, el lector siente que no debe relacionar, sin sentirse defraudado, los lugares fantásticos del cuento con cualquier geografía real. Admitir ese espacio imaginario, como demanda un elemental principio de complicidad del lector con el autor, sin el cual no es posible una lectura sabrosa, es incompatible con cualquier intento de localizarlo en un mapa. Mejor soñemos esos mundos ficticios si queremos disfrutarlos.

Si la fuerza y la valentía son las prendas más valiosas para los autores, y la hermosura va unida a ellas, el amor evoluciona de modo radical, y en los libros de caballerías ya son inseparables estos dos valores. En el mundo feudal idealizado, a la laltad al señor va unida la fidelidad a la amada.

El lector de estos libros, como el de las películas galácticas, acepta ese mundo ideal que le permite evadir el mundo real.

Y en esto llegó Miguel.


La obra de Cervantes es una compleja contraposición entre ambos mundos. El de la mente de Don Quijote choca continuamente con la realidad, pero él siempre se las compone para reconstruirlo cuando se le va desmoronando. Aunque se diga que la idea cervantina era demoler el mundo de la caballería, resulta un mundo maravilloso cuando lo contemplamos a través de la mente del hidalgo. No querríamos en modo alguno destruir su sueño, que amplifica noblemente el menguado horizonte bienhechor de sus modelos, que al fin y al cabo no eran tan amantes del bien y la justicia como nuestro candoroso héroe.

Esta dialéctica complejísima, en que a ratos descubrimos lo que le cuesta al desventurado remendar los acontecimientos para que encajen en los deseos de su mente, va unida a la complejidad estructural del libro.

No es casual que el ideal quijotesco haya alumbrado el camino a muchos generosos empeños para cambiar el mundo. Lo único que faltaba para ello era aspirar, como Don Quijote, a llevar sus sueños a la realidad. Aunque fracase, se trata de un héroe universal.

Cervantes, sin embargo, nos devuelve siempre a un mundo mucho menos noble que acaba derrotando al héroe. El fracaso devuelve al loco la razón, pero recuperarla le cuesta la vida, porque la razón de su vida era su ideal, soporte de su empeño redentor.

Es muy difícil conocer el pensamiento de Cervantes a través de su obra. Mostrar a las claras las ideas propias podía llegar entonces, como aún hoy en algunas circunstancias, a costar la vida. Pero una y otra vez deja claros indicios de su espíritu libre, su sentido crítico y una percepción dialéctica del mundo. 

Dejo aquí algunos párrafos del artículo de Marta, representativos de su analisis. El texto completo, que merece la pena leer, se apoya en numerosas citas literales del libro.



La génesis de Dulcinea es la invención de don Quijote. A partir de un modelo basado en las novelas de caballerías andantes, que le han hecho perder el juicio, don Quijote construye un personaje necesario, que es la dama. La experiencia de los libros, pero sobre todo la imaginación de don Quijote, forman parte del invento. Cada vez que don Quijote se encomiende a Dulcinea, su dama, adoptará un estilo retórico y antiguo. Dulcinea no será nunca un amor real, sino un amor literario; de la misma forma que no será en ningún caso un personaje que actúe, sino un personaje referido. Nunca hablará ella, siempre nos la cuentan los demás, y la transformación es parte de la conciencia de don Quijote, que le irá atribuyendo títulos (princesa, reina, emperatriz de la Mancha…) y del resto de los personajes que rodean al caballero, que le irán atribuyendo cualidades, modificando y destruyendo el ideal.
(...) 
El mérito está en no haberla visto. La propia definición convierte al personaje en necesario. Como Dios, que al nombrarlo existe. Es como el mecanismo del Ser de Parménides, el Ser absoluto, que es o no es. Por fuerza tiene que existir, porque el atributo de la perfección no deja lugar al “no ser”. Dulcinea, que es perfecta a los ojos de don Quijote, tampoco puede carecer de la perfección de existir, y todos los que le rodean tienen la obligación de acatarla, a ella y a su perfección. 
(...) 
Si algo caracteriza el modo de actuar de don Quijote, es la vida que aparece en la Literatura, si algo se ha hecho en los libros, es válido. El género de las novelas de caballeros andantes, es la verdad, y en ese escenario don Quijote ha creado un ser que prácticamente es Divino, en tanto que Dulcinea encarna el ideal de dama, la dama que debe ser. A mi modo de ver, don Quijote hace algo similar a lo que hace la Iglesia, en el sentido de que todo lo que los demás hagan contra su modo de entender la vida, es herético. Casi un “como vayas contra mí, te machaco. E ir contra mí no es otra cosa que ir contra mis ideas, porque mis ideas son mi absoluto”. 
(...) 
Don Quijote sabe quién es Aldonza, pero destruye a Aldonza en favor de Dulcinea. De este modo, Aldonza es solamente un referente, en ningún caso un modelo. Más que una circunstancia, el hecho de ser Aldonza Lorenzo, es un reflejo de la racionalidad profunda del personaje de don Quijote, y yo lectora, lo tomo como una anécdota. Bien, Alonso Quijano estuvo enamorado en una época de Aldonza, y ahora don Quijote se vale de esa vivencia para enamorarse intencionadamente de Dulcinea. El caso es que el amor no es un acto de voluntad, por lo tanto no puedo tomar ese amor como real, sino como amor inventado. 

(...) 
Según se encuentra aventuras, don Quijote las lleva a su terreno, las acoge en su construcción. Todo elemento que le viene bien, es rescatado y transformado para una nueva vivencia, que es en primera instancia un nuevo capítulo de su propia  novela de Caballerías. El caballero don Quijote se convierte así de alguna forma en autor de su propia historia, o en cualquier caso da pistas al narrador de lo que ha de escribir o contar, ahí empieza a estar el libro dentro del libro, y la confusión que crea un personaje que, sujeto a un Destino, se empeña en autodirigir sus actos y en dirigir los de los demás para la consecución de sus deseos. Don Quijote se empeña en vivir literariamente, en un mundo que de entrada no le es favorable, pero todo lo que le rodea acaba siendo un embudo que absorbe los escenarios y los sucesos, y los reconduce en aventuras verosímiles. He sentido en muchos momentos que los campos de Montiel pudieran ser esos no lugares de la época dorada de los caballeros andantes, porque me ha sido difícil extraer el sentido paródico pretendido de las historias de algunos capítulos, y he llegado a creer en el caballero. 

(...) 
Ocurre en este tiempo de Cervantes, que no se podía decir todo lo que uno pensaba, por lo tanto nunca acabaremos de conocer las verdaderas ideas de éste, pero sí tenemos indicios (los que él nos da a entender) mediante el recurso de lo que dicen otros, lo que otros hablan; que hacen que lo distanciemos del pensamiento oficial. 
Don Quijote es una especie de religión distinta, que se contrapone a la religión oficial. Es imposible que no se meta en líos, de ahí que se interpongan mensajeros y haya fuentes (los Anales de la Mancha por ejemplo, antes de que aparezca Cide Hamete) que nos cuenten las cosas. No olvidemos que en un momento determinado, Cide Hamete se queda sin material y después descubre unos documentos (parece que casi le caen del cielo) que tiene que traducir un “morisco aljamiado”, que no se acaba de saber si es quien escribe en el margen (con la consiguiente subjetividad del que entiende la historia desde un punto de vista que no es el ortodoxo). De este modo se enmaraña la historia, de tal forma que el autor no se hace responsable de nada. Siento nombrar al autor, que nada debería pintar en esta historia, pero me ha sido muy difícil separarlo de su creación –aunque creo haberlo conseguido en la última parte-. Por otra parte me parece apasionante la carga subversiva del libro, la muestra de que las críticas podrían ser suyas, sin la libertad de hacerlas él, o con la libertad de que sean otros los que las hacen. 

(...)  
Don Quijote le atribuye poder a Dulcinea, que es el poder de su creación, y le otorga la escala de valores que le introduce ésta en sí mismo. En este sentido, debe ser algo parecido lo que les ocurre a los creyentes. El creyente pone a su Dios por encima de sí, para que le dé fuerzas y para tener un referente moral. De esta forma se desase de la responsabilidad de los propios actos y después siempre podrá confesarse. Sé que esto es discutible, y no es mi pretensión juzgar al creyente, sólo explicar cómo he entendido el amor ideal de don Quijote por Dulcinea. 
En cierto modo, Dulcinea es alguien o algo que crea unas normas (mentira, las normas las crea don Quijote para personificarlas –o “personajeficarlas”- en ella, y a su vez mentira porque las normas están tomadas en buena medida de las normas preestablecidas en los libros de Caballerías), pero a donde quiero llegar es a que Dulcinea es una construcción del propio ser que le despoja y al que traspasa la responsabilidad de sus actos. Don Quijote adquiere la fuerza de su construcción, que es Dulcinea. 
En un sentido similar, en Arquitectura, existen dos escalas, que son la humana y la monumental. Así, una puerta a escala humana tendrá las dimensiones necesarias para pasar y asomarse, mientras que la puerta de una Catedral tiene unas dimensiones gigantes, porque está referida a Dios. Los actos de don Quijote están en el plano de la escala literaria, que es la escala monumental, en tanto que se refieren a un orden superior; mientras que los de Sancho son actos de escala humana, que tienen que ver con lo cotidiano. Don Quijote discrimina la vida real y vive la literaria, y los actos que lleva a cabo para mayor gloria y por su dama –o para mayor gloria de su dama-, no son los propios del mundo que le rodea. Espacialmente, imaginaba a veces mientras leía el Quijote, a Sancho recorriendo los campos o los caminos (que están a escala humana porque son los que ha creado el hombre) sobre su Rucio, y a don Quijote paralelamente al lomo de un Rocinante con facultades de Pegaso, volando  en un camino aéreo imaginario. 
Al dirigirse a un discreto lector, se le infunde a éste la capacidad de analizar, quizás por eso es tan difícil saber lo que dice Cervantes. Es difícil que el lector separe lo que hacen o dicen los personajes de lo que piensa el autor, y más cuando en nuestra formación hemos imaginado a Cervantes tan vivamente, escribiendo en ese espacio en penumbra las páginas del Quijote. 

(...) 
A cada respuesta, se va construyendo una Dialéctica, que Sancho lleva a lo terreno, y don Quijote se empeña en elevar. Sancho está inventando también, porque lo que contrapone a las tesis de su amo no son verdades. Me da la sensación de que la historia que crean, es un castillo de naipes, susceptible de desmoronarse en cualquier momento, el de Sancho Panza, es igual de fantástico pero a la medida de los ideales posibles de su cultura. Los bienes son otros, pero Sancho sigue creyendo en las quimeras. Sancho se quijotiza, pero según su manera de ser. Villano e hidalgo, aportan sus puntos de vista. 
En el ideal de la fama de don Quijote, encuentro paralelismo con la honra de los samuráis, que es la propia de aquél que tiene una única forma de vida, y que guía la conducta de clase. La supervivencia del samurai radica en ese “no salirse de su clase”. 
La Honra de Dulcinea es también tener pretendientes, que la adoran por ser ella quien es. Esto tiene que ver con el ideal de que las cosas se hacen porque se tienen que hacer. Los desdenes de ella hacia los otros caballeros, no dejan de ensalzarla. 

(...) 
Don Quijote no puede ya mantener su ideal lejos, a él mismo ya le va costando mantener al personaje, por eso tiene que aceptar la tragedia del encantamiento. La misión ahora es intentar reconstruir a su personaje, “Tengo que desencantarla”, tengo que RECREARLA. Los atributos nuevos los tiene que aceptar con la sola idea de restituir los originales, porque éstos no son los que él gestó para ella. Nuevas características que tiene que destruir. Don Quijote ya no lucha por el ideal, sino por la reconstrucción del ideal, que se le desmorona. 

(...)
Tras fracasar como caballero andante, decide ser literariamente otra cosa. Lo que hay en ese momento en don Quijote es la reconversión de una crisis existencial. Hay una herida abierta, y se trata de que cicatrice. Después de la decepción, llega la recreación. Cualquiera, tras un conflicto o crisis, recompone su manera de pensar. Y el modo de pensar de don Quijote es literario, por lo tanto el mecanismo de defensa psicológico también lo es. 

(...) 
Pero tras esta señal de mal agüero, don Quijote empieza a perder definitivamente la esperanza. Es interesante intentar colarse uno en los pensamientos de don Quijote, ¿cuáles serán? Algo así como “esto que está sucediendo, tiene el significado que yo le tengo que dar”. En parte es él mismo quien mata a Dulcinea, y a toda costa debe ser una muerte literaria, porque la previa transformación de la dama en pastora, la conduce irremediablemente a su destrucción final. 

(...) 
Don Quijote mismo ha destruido completamente al personaje. Perdón, Alonso Quijano acaba de destruir a don Quijote. Y ahora se hace presente la absoluta quijotización de Sancho Panza, que rescata a Dulcinea. El tema que queda abierto es el de la vida por un ideal. 

(...) 
La realidad llega a través de una señal, quizás esto sea algo propio de las novelas de caballeros andantes. En el momento en que recibe esa señal, don Quijote pierde la fe y la razón de vivir. Dulcinea nació como mecanismo necesario, y se convirtió en una razón. En toda la construcción de don Quijote, esa dama ideal fue alguien por quien hacer las cosas. En ese mecanismo de creación de una divinidad, Dulcinea fue creada para ser adorada. 
Cuando se construye la persona, se separa el Yo del Mundo. El mundo de un niño no está diferenciado, el niño percibe las cosas que le pasan, que son sencillamente sentidas y aprovechadas. Con la evolución, con el tiempo, el mundo deja de obedecer siempre lo que se quiere. Lo que sea que yo quiero, se va interiorizando en lo que supone una especie de censor que modela mi conducta, que es una de las cosas que me habitan. Cuando vivo las cosas, es como si creara un personaje, y el arquetipo es la divinidad, que no es algo diferente de mi propia historia. 
Dulcinea juzgó sus obras, y el objetivo era la admiración hacia don Quijote. Pero sin Dulcinea no hay don Quijote. El último intento de revivirla fue convertirla en pastora, una vida que en cualquier caso no es la vida aventurera que él soñó.

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