martes, 25 de julio de 2017

Entropía, pa el que la cría

La segunda entrada de este blog fue una llamada de atención sobre la imposibilidad de un crecimiento indefinido en ningún sistema cerrado. Es lo que intenta mantener el modo de producción en que estamos inmersos, para el que más importante que la propia acumulación de capital es el aumento incesante de la velocidad con que crece, que eso significa la tasa de interés que mueve a los capitales. Al final ese abstracto principio económico se ha separado de la realidad física, pero solo lo ha hecho de modo fantástico, con un crecimiento especulativo que constata lo difícil que se está volviendo el crecimiento real. Pero la desmaterialización ideológica de la economía es más una fantasía que un hecho: los flujos de materiales y energía no dejan de crecer, aunque eso no nos haga mucho más felices.

Los procesos que mantienen en actividad un sistema implican flujos de materia y energía tendentes a estructurarlo del modo más ordenado posible, pero siempre a costa de exportar el desorden al exterior. Este mecanismo hace que el desorden global aumente. La tendencia a acelerar los flujos acaba socavando las bases del mismo sistema.

La medida del desorden la ejemplifica la magnitud física llamada entropía, que puede interpretarse como medida del desorden. Siendo inevitable el aumento constante de la entropía en el sistema mundo, es suicida acelerarlo.

Este artículo de Antonio Turiel es una enésima denuncia anticapitalista. Esta es una palabra que rechina en los oídos de la mayoría, como todas las anatematizadas por los dueños del mundo que nos exportan a diario su entropía, Turiel lo denuncia así:
De entre los muchos residuos y subproductos tóxicos que se generan con la aceleración entrópica del capitalismo, uno de los peores es la propaganda, que tiene el poder de intoxicar mentes y nublar el entendimiento delante de verdades simples.
Llega un momento en que te sientes bicho raro, obsesionado por transmitir ideas desagradables. Muchos no quieren oírlas porque creen imposible enfrentarlas. Ese es el error: por eso comparto el párrafo final del artículo:
Tenemos que aprender (yo el primero) a vivir dentro de los límites, a no tener vergüenza de vivir en armonía y equilibrio. No es una cuestión moral, pero es una cuestión de supervivencia. Y debemos de ser capaces de explicar estas cosas sin temer ser reprendidos o avergonzados por ello.
El sistema tiende a su propia destrucción y habrá que detenerlo antes de que nos lleve por delante. Algunos denunciamos esto, querríamos echar el freno, aunque más bien en la teoría que en una práctica diaria que nos arrastra. De todos modos, la denuncia significa más esperanza que masoquismo o ganas de aguar la fiesta.


¡La entropía, pa'l que la cría!




(...)

Cuando se explica lo insostenible que es nuestra sociedad, abocada al objetivo de crecer sin límites en un planeta finito, a veces se nos compara con la levadura. Como es bien sabido, una pequeña muestra de levadura, convenientemente vertida en el zumo de la uva, aprovechará la enorme abundancia de azúcares del ambiente para reproducirse a un ritmo exponencial, y en el proceso, también exponencialmente, agotará los recursos que la hicieron medrar tan rápidamente y aumentará la cantidad de alcohol, que a la postre convertirá el ambiente en excesivamente tóxico para el microorganismo y le condenará a su colapso y extinción. No se puede negar la enorme fuerza de la comparación entre la levadura y la Humanidad: un exceso de recursos les lleva a crecer alocadamente y al final el ambiente degradado que ellas mismas han generado les lleva a sucumbir completamente. Lo curioso desde el punto de vista biológico es que este ejemplo de crecimiento desbocado y sin autocontrol es algo repetido con cierta frecuencia en la naturaleza: en la marabunta, en las plagas de langosta o de lemmings, en las mareas rojas de algas... Siempre la misma historia: una especie tiene demasiado éxito en el acceso a los recursos y acaba destruyendo el hábitat que la sustenta, hasta que ya no puede sustentarlo y acaba colapsando, muchas veces de forma completa, por inanición.

La función última de los seres vivos es, todavía hoy, un misterio. Desde el punto de la Física, que es el que yo conozco mejor, por definición un ser vivo es un ente que vive en una continua lucha contra el Segundo Principio de la Termodinámica (ya saben, el que establece que la entropía del Universo siempre crece). Los seres vivos, para mantener su organización interna y funcionalidad, tienen que mantener un flujo continuo de materia y energía: materia, para autorrepararse, y energía, para mantenerse en marcha. Ese flujo positivo de materia y energía también puede ser interpretado como un flujo negativo de entropía: los seres vivos se deshacen de la entropía que genera su propia existencia, y lo hacen a costa de aumentar más rápidamente la entropía de su entorno. Esta interpretación de los seres vivos como sistemas lejos del equilibrio termodinámico y fuentes de entropía fue sugerida ya por Richard Feynman en la década de los 50 del siglo pasado y desarrollada en la década siguiente por Ilya Prigogine, y ha sido utilizada profusamente desde entonces. 

En realidad, la idea de que los seres vivos son estructuras altamente disipativas es fuertemente perturbadora, porque plantea un inquietante interrogante sobre la función real de los seres vivos. Si al final lo que posibilita la vida es el gradiente del potencial químico que accidentalmente se crea en algunos rincones del Universo, ese gradiente que va desde los recursos a los residuos y que hace nuestra mera existencia posible, los seres vivos cumplirían la función de destruir de la manera más rápida posible esos gradientes, es decir, maximizando la tasa de creación de entropía, hasta el extremo de llevarles a su autodestrucción. Esa trampa natural, de que somos nosotros mismos los que consumimos los gradientes de recursos que propician nuestra existencia por el mero hecho de vivir, es otra de esas amargas lecciones que nos deja el Segundo Principio de la Termodinámica, posiblemente la más deprimente y fatalista de las leyes y principios de la Física.

Con todo, los seres vivos individuales parecen haber desarrollado estrategias para reducir su flujo entrópico a uno que les permita mantener su entorno habitable durante más tiempo (nunca eternamente, por supuesto, pero nada es eterno). Sin embargo, algunas especies tienen dificultades para estabilizar su débito entrópico-metabólico, sobre todo porque no consiguen mantenerse en equilibrio con su ecosistema (en casos como el de la levadura, porque su ecosistema ha sido artificialmente adulterado) y así se comportan como verdaderos maximizadores de la entropía (dicho de otro modo, gestionan mal la abundancia). También de manera natural, los ecosistemas desequilibrados tienden a colapsar y a ser substituidos por otros mucho más equilibrados y con menor débito entrópico-metabólico.

No deja de ser paradójico que la especie que más fomenta los desequilibrios que favorecen las plagas (es decir, las explosiones biológicas que maximizan la creación de entropía), y para comenzar la de sí misma, es el que se jacta de ser la única inteligente en este planeta. Eso no quiere decir que las comunidades humanas estén condenadas a ser macroorganismos maximizadores del débito entrópico y por tanto abocadas a su autodestrucción acelerada. No, no es ése el destino de todas las civilizaciones humanas. Algunas han demostrado ser capaces de moderar su débito entrópico-metabólico, de vivir intentando no acelerar la inevitable entropización del entorno, el crecimiento de la destrucción. Civilizaciones que aprendieron a vivir en armonía con la naturaleza, vivir a un ritmo metabólico justo y necesario. Pero el capitalismo ha sido concebido para maximizar la entropía colectiva. 

Puede sonar a un poco reduccionista la definición del capitalismo como un sistema que maximiza la producción de entropía de la Humanidad, pero en realidad es exactamente ésa su función. Es bien conocido que en el capitalismo lo que es importante no es el stock absoluto, sino la maximización, justamente, de los flujos. No es importante el PIB en sí, lo que es importante es su tasa de crecimiento, porque ella expresa la esperanza de crecimiento del capital, es decir, la tasa de interés que puede esperara conseguir de sus inversiones. Por ese motivo, no es importante cuánto se tiene, sino tener siempre más y además que la velocidad del crecimiento sea cada vez mayor en términos absolutos (pues ha de llegar a un porcentaje mínimo en términos relativos, y por tanto el incremento es mayor cuanto más se tiene). Por eso mismo, no importa si se degrada el entorno o si disminuyen los recursos necesarios para seguir en marcha; lo que importa es que los flujos sean crecientes, es decir, que se consuman más recursos y se produzcan más residuos, es decir, que crezca la entropía y que cada vez lo haga más rápido. Al final, ésa es la verdadera función del capitalismo: acelerar hacia el colapso entrópico.

De entre los muchos residuos y subproductos tóxicos que se generan con la aceleración entrópica del capitalismo, uno de los peores es la propaganda, que tiene el poder de intoxicar mentes y nublar el entendimiento delante de verdades simples. Por ese motivo, por culpa del fuerte y persistente efecto de la propaganda, se ven los intentos de vivir dentro de los límites biofísicos que nos marca el planeta y de reducir nuestra tasa entrópica a un mínimo razonable como actitudes infantiles, bienintencionadas pero poco maduras, cuando no reaccionarias (como a veces se ataca desde ciertos sectores de la izquierda a las propuestas decrecentistas). Entre tanto, el capitalismo juega a una especie de Pac-Man macabro, buscando maximizar el número de puntos - las unidades monetarias con las que cuantifica su "éxito", aunque éstas no tengan ningún valor intrínseco - sin darse cuenta de que a la larga, forzosamente, será destruido por los fantasmas de la entropía.
(...)

Sabemos que tenemos que morir, sabemos que no podemos ganar la batalla a la entropía por tiempo indefinido. Del mismo modo, como macroorganismos vivos que son, las civilizaciones mueren, y por fuerza nuestra propia civilización tendrá que morir. Pero no es lo mismo morir después de una vida dichosa y en equilibrio, que morir violentamente después de innumerables excesos, dolor y destrucción. 

La obsesión del capitalismo por maximizar los flujos mientras destruye la base material que le sustentan es algo muy grave. Pero peor que eso es la falta de capacidad de aceptar críticas razonadas basadas en datos y argumentos sólidos basados en las ciencias empíricas, hasta el punto de que el pensamiento económico actual en poco puede diferenciarse de un culto religioso destructivo. La visceralidad de la reacción de los zelotes de este culto, lo agresivo e irreflexivo de sus respuestas cuando uno plantea las alternativas razonables para evitar estrellarse (decrecimiento, economía de estado estacionario,...) muestran a las claras que aquéllos que rigen nuestra sociedad son sacerdotes del culto a la Entropía, entronizada como una diosa pagana de la destrucción. Sólo quieren maximizar el capital por maximizar el capital, entendido ya como un incremento de unos números registrados en un sistema electrónico, no un crecimiento de un capital físico real. Ya no se busca crear objetos durables (hasta las casas y las infraestructuras se construyen para que tengan caducidad), ya no se busca crear un capital físico, sino la mera maximización de flujos. Básicamente, sólo se busca ganar más puntos en el Pac-Man aunque eso acelere nuestra llegada al choque contra el fantasma de la entropía. ¿Para qué? Realmente son sólo siervos de Entropía, Diosa de la Muerte y la Destrucción.

Todos somos, en realidad, siervos del mal, siervos de Entropía, pues con nuestras acciones diarias dentro de esta sociedad en la que vivimos estamos contribuyendo más de lo que realmente sería necesario a gastar recursos y degradar el medio ambiente, a incrementar la entropía en suma. Tenemos que aprender (yo el primero) a vivir dentro de los límites, a no tener vergüenza de vivir en armonía y equilibrio. No es una cuestión moral, pero es una cuestión de supervivencia. Y debemos de ser capaces de explicar estas cosas sin temer ser reprendidos o avergonzados por ello.

2 comentarios:

  1. En la introducción de su libro 'La entropía del capitalismo', dice Juan Pablo Orrego Silva:

    "Afortunadamente, son miles, probablemente millones de seres humanos que despiertan, se informan y se activan, pese a toda la miseria, la codicia, la ostentación, la emulación, el consumismo y la alienación. En miles de organizaciones se
    estudia, se denuncia, se observa y monitorea, se aprende, se demanda y enjuicia.
    Las redes sociales se extienden por el planeta y hacen fluir la información y la inteligencia… No toda nítida, objetiva y transparente, porque somos humanos y, como tales, nuestras pequeñeces o ignorancias también afloran pese a nuestros
    esfuerzos. Pero al menos hay alternativas a los medios oficiales cooptados por el capital, por la ciega visión empresarial desarrollista. Así, comienza poco a poco a prender el análisis sistémico, indispensable para lograr el diagnóstico certero, para identificar las causas-raíces de nuestro predicamento. No es por nada que el movimiento estudiantil chileno denuncia la perversidad estructural del modelo socioeconómico y político como causa principal de la mayoría de los males que nos aquejan, incluyendo la problemática educacional, la base de todo."

    https://energiaconderechos.files.wordpress.com/2016/12/la-entropia-del-capitalismo.pdf

    Primera parte
    Entropía y neguentropía.
    Evolución de la biosfera.
    La naturaleza estuvo y está primero.
    Nuestra biosfera en crisis de origen antropogénico.
    Pirámides socioeconómicas:
    concentración de la extrema riqueza;
    diseminación de pobreza y mala calidad de vida.
    Sumatoria de entropía: energía más minería.

    Segunda parte
    Cómo los ricos destruyen el planeta.
    La entropía del capitalismo en Chile.
    La captura corporativa del nexo
    agua/energía/minería.
    De ecocidio a sociocidio.
    Entramado legal para el capitalismo salvaje en Chile.

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    1. Gracias por el comentario y el enlace al libro, que ya he descargado. Aunque sospecho que las redes también tienen sus límites, sobre todo porque no llegan a los que más lo necesitan y ademas se saturan de basura.

      Seguiremos pedricando...

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