sábado, 1 de abril de 2017

¡Que tragedia!

Seguramente es también, como la del autor, una estupidez mía utilizar internet para combatir sus mismos efectos perversos, pero no encuentro mejor vía. Será contradictorio, pero ¿qué otra cosa puedo hacer?

El artículo habla de más cosas y de tremendas contradicciones, pero yo me detengo en esta pincelada. Porque con la aceleración del tiempo motivada por el ciclo vertiginosamente acelerado del capital, en su búsqueda de unos beneficios que se le escurren definitivamente, la propia mente humana pierde su sentido, y se disgrega en actos inconexos e incoherentes. Amarga experiencia de cada cual, a poco que lo piense. Volveré sobre el tema.

Algún dialectico observó una vez cómo las cosas se convierten frecuentemente en lo contrario de lo que pretenden. Un tal Jevons también nos avisaba hace mucho tiempo.

Relojes, más que blandos, derretidos.



Rebelión
(...)

Pero existen algunas prácticas que hacen de la estupidez funcional -todos lo somos por naturaleza, pero a algunos se les congela la inteligencia más a menudo que a otros- un fenómeno contagioso. La más importante es la aceleración. Cuando se lee muy deprisa -o muy despacio- no se entiende nada, nos enseñaba Blaise Pascal. Pues ahora se vive muy deprisa, y ocurre que el pensamiento humano opera en tiempos lentos. Pero para actualizarse en esas redes que colonizan nuestras vidas hemos de someternos a la tiranía del tiempo real, de la lectura transversal, panorámica y de la escritura fugaz, impensada. No hay tecnología neutral: las distracciones constantes del último WhatssApp nos impiden centrar la atención en aquello que tengamos delante. O impiden también los momentos de soledad auténtica, las rêveries a lo Rousseau. WhatssApp y aplicaciones semejantes, como Twitter -que parece ser es más elitista, vanidosa, narcisista, borreguil y endiosante- son máquinas de transmitir mensajes que producen olvido por saturación. Aniquilan la posibilidad de pensamiento; violentan las conversaciones, que como señala en un reciente libro Sherry Turkle, declinan en la misma medida en que pasamos nuestras vidas en las pantallitas. Hay que ser estúpido para pasar la mayor parte de la vida pendiente de una pantallita que como el espejo mágico, nos halaga y encandila. El smartphone es lo contrario de lo que dice: es una privación sensorial, un instrumento de debilitamiento de nuestro campo de pensamiento; un agente de desimaginación porque todo lo imagina por nosotros.
(...)

1 comentario:

  1. Además de sus posibles ventajas, toda herramienta tiene dos "inconvenientes": El primero es que pertenezca al amo. El segundo que no se ciña estrictamente a nuestras auténticas necesidades. El primer "inconveniente" solo puede resolverse socialmente, el segundo depende en gran medida de cada cual.

    Ciertamente, es difícil (y tal vez improcedente) sustraerse a la denominada "tecnología de la comunicación", pero estos son los tiempos que nos ha tocado vivir, y hasta el propio autor de tan crítico como acertado artículo hace uso de la misma.

    Quien estando ante un atardecer lo contempla a través de la pantalla de su smartphone, ha perdido en gran medida el sentido de sus sentidos, es rehén de la herramienta.

    Salud

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