lunes, 10 de abril de 2017

Lo que cabe y lo que no cabe




Soy especialista en dar buenos consejos que bien podrían servir para mí.

A una persona con problemas de ansiedad le dije hace unos días: "procura que tus expectativas quepan dentro de tus posibilidades".

En realidad, habría que matizar, porque una cierta tensión entre ambas es un motor que ayuda a ampliar lo que se puede hacer, por encima de lo cómodamente posible. Pero parece una imprudencia enfrentar perspectivas crecientes a la posibilidad real decreciente de satisfacerlas.

Esto es válido para muchas situaciones. Lo potencialmente realizable abarca un campo amplísimo, que nos hace pensar que podremos ir haciendo lo proyectado, sin más que ir poniendo una actuación detrás de otra. La realidad cotidiana se impone, y las urgencias van desplazando mucho de lo planeado, que se retrasa progresivamente, hasta colocarse en un futuro inalcanzable que además se aleja más y más...

Por no mencionar lo que, iniciado, queda inconcluso, sea por un error de cálculo o por contingencias sobrevenidas. La historia de la Arquitectura está llena de obras frustradas, desde las Capelas Imperfeitas del monasterio de Batalha hasta la Cidade da Cultura de Santiago de Compostela, pasando por la desmesurada y frustrada catedral de Valladolid.

También mi casa está llena de cosas por hacer, y de otras que, iniciadas hace mucho, voy perdiendo la esperanza de ver realizadas alguna vez.

Para cierto pensamiento teológico Dios es Acto puro, sin mezcla de potencia. Para mí que el propio concepto de esa omnipotencia divina, a la que basta con decir "hágase", es una proyección de los inagotables, e inalcanzables, deseos humanos.

La primera parte de la vida es una apertura hacia un futuro lleno de posiblidades. Vamos llenando el zurrón de proyectos, algunos de los cuales logramos realizar. Otros se muestran inalcanzables y los vamos dejando a un lado, y de muchos acabamos atiborrando el futuro, un futuro que va siendo más corto a la vez que más repleto de intenciones. Para más adelante.

Para agravar la situación, la plétora de bienes y servicios, de instrumentos de diversión y comunicación inmanejables en su infinita multiplicación, nos invade hasta saturar todas nuestras posibilidades, de espacio y de tiempo. En las casas ya no caben los cachivaches, los aparatos que a veces ni usamos, o sustituimos por otros en plazos cada vez más cortos. 

Si eres aficionado a la lectura posiblemente hayas acumulado algunos miles de libros, que necesitarías varias vidas para leer una sola vez, y olvidar necesariamente para dejar paso a otros. Seguramente tendrás bellísimas colecciones de libros de arte que duermen en las estanterías sin haberles dedicado más que algunos minutos.

Los discos de vinilo olvidados, muchos sin haberlos llegado a oir por completo, sustituidos por cassettes que ya no suenan, por viejas cintas magnetofónicas abandonadas.

Cintas de vídeo que compraste, o que venían con el periódico. Ahora no las ves más, sustituidos por tecnologías más recientes. El mismo periódico diario, lleno de textos que nadie leerá y que apenas hojeado va directamente al contenedor del papel para reciclar.

Y estas mismas publicaciones mías que pocos leerán y que en seguida sustituiré por otras, aún sabiendo que en estas redes que me enredan hay ya más emisores que receptores dispuestos a atender a los desesperanzados mensajes.

Seguramente creemos en la vida eterna, pero en este mundo. Y todo por confundir "infinito" con "indefinido". Palabras que me traen a la memoria el equívoco laboral de confundir el contrato "indefinido" con el contrato "sin definir", al menos en cuanto a su duración.

El tiempo y el espacio también son potencialmente infinitos. En una serie de artículos que publiqué en este sitio hace tiempo he tratado el concepto del infinito y sus paradojas, cosa por cierto nada original. Recordaré que cualquier serie numerable es coordinable ("emparejable") con los números naturales. Los números pares, o los primos, son tantos como los naturales... con la condición de no truncar la serie, naturalmente. El décimo número primo es el veintinueve, si no me equivoco, que ya se ha alejado bastante del diez. Y alargar la duración empeora la situación y aleja entre sí a ambas sucesiones, cada vez más.

En el mundo real todas las series se truncan, y hay muchas cosas que no podré hacer dentro de doscientos años, por una razón obvia.

El espacio puede ser infinito, o prácticamente tal, pero este espacio mío no lo es. El tiempo, si no infinito, sin final previsible conocido. Pero este tiempo nuestro de cada día dánosle hoy, porque es cuando lo necesitamos.

Lo que es aplicable a una vida humana lo es a la humanidad entera y a la naturaleza. Y en este mundo repleto ya no cabe mucho más. No habré de repetir lo del agotamiento de los recursos, los rendimientos decrecientes, la superpoblación, el cambio climático, y la relación de todo ello con la necesidad capitalista de crecimiento exponencial.

Me basta con comprobar que los ritmos crecientes de posibilidades de llenar el tiempo son inviables para nuestro empleo del tiempo real.

Porque nuestro tiempo y nuestros ritmos están marcados en nuestro cuerpo y nuestra mente, y no podemos acelerarlos mil veces, del mismo modo que tampoco hacerlos mil veces más lentos. Por eso mismo unos seres inteligentes que tuvieran esos otros ritmos no podrían comunicarse con nosotros. En tiempo real.

Pero nosotros sí compartimos tiempos y espacios. Llenémoslos con prudencia y realismo.
Juan José Guirado
Setenta y un años y quince días

2 comentarios:

  1. "Un zoólogo que en África observó de cerca a los gorilas, se asombra ante la uniformidad de su vida y de su gran ocio. Horas y horas sin hacer nada... ¿No conocen el aburrimiento? Esta es la típica pregunta de un hombre, de un mono ocupado.
    Lejos de huir de la monotonía, los animales la buscan y lo que más temen es que cese. Pues solo cesa para ser reemplazada por el miedo, causante de toda actividad.
    La inacción es divina. No obstante, el hombre se rebeló contra ella. En la naturaleza solo él es incapaz de soportar la monotonía, solo él quiere a toda costa que algo suceda, sea lo que sea. Así, se muestra indigno de su antepasado: la necesidad de novedad es lo propio de un gorila descarriado". Emil Cioran.

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  2. Gran verdad, la diga Agamenón o Ciorán, dicho con gran respeto por el segundo

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