domingo, 31 de julio de 2016

La metamorfosis del urbanismo especulativo

La urbanista Raquel Rodríguez es miembro del recientemente creado Instituto por la Democracia y el Municipalismo. El análisis del actual modelo urbanístico de Madrid lo utiliza para desmontar mitos sobre la construcción de la ciudad.

Me he ocupado del tema urbanístico varias veces en este blog, bajo la etiqueta urbanidad urbanismo. Señalaré dos series de artículos en los que ya recogí los problemas planteados por el pecado original y sucesivos de las leyes del suelo en este país: ¿Por qué es necesario un Plan General de Ordenación Urbana?  I II  y  III , y Otro urbanismo  I II III  y  IV .

En la primera ley del suelo, la intención normativa reguladora de sus redactores chocó en aquel momento con la gestión privada de la mayor parte de los sistemas de actuación. Esa tendencia no ha hecho sino agravarse con el tiempo. El estrago neoliberal ha hecho el resto, al enfrentar a los especuladores con un poder público cada vez más subordinado a ellos. Incluso vemos cómo se devalúan unos estándares urbanísticos que constituyeron en su día un avance, las cesiones obligatorias de suelo, etc.

Un gran daño causó, desde hace tiempo, la tendencia a monetizar esas cesiones, con la intención de dedicar los fondos obtenidos a actuaciones municipales. Fue pan para hoy y hambre para mañana.

Las leyes del suelo, en tiempos de crecimiento, se pensaron sobre todo para nuevos desarrollos urbanos. Paralizada esa vía, los promotores se vuelcan ahora en la reforma interior. Y no para mejor.

Las políticas liberalizadoras del Partido Popular desde la victoria de Aznar han hecho estragos en zonas que nunca se debieron tocar. Y una mención especial a aquellos ínclitos diputados del PSOE, Tamayo y Sáez, por las incalculables consecuencias de su traición en la Asamblea de Madrid, con la excusa anticomunista de rigor. Desde luego, el mayor beneficio no ha sido para ellos. Aunque el primero hace chapuzas inmobiliarias en un lugar tan señalado como Guinea Ecuatorial, parece que la segunda no ha logrado ni eso. Aunque quién sabe...

Es un sarcasmo que el "España va bien" de Jose María Aznar fuera causa importante de que la caída posterior fuera tan dura, pero parece que la memoria de muchos electores es flaca y no relaciona las cosas más allá del plazo inmediato. En el caso de la ciudad de Madrid también hay que buscar en la época de Gallardón el origen de la inmensa deuda que padece hoy su ayuntamiento y que ata su capacidad de actuación.

Ahora que la voracidad se vuelca en la reforma interior de lo ya urbanizado, hay casos tan curiosos como el del Edificio España, la gran tarta sanchopancesca que se anticipó a la severa y quijotesca verticalidad de la Torre de Madrid. Esta pareja arquitectónica rivaliza desde una esquina de la Plaza de España con los broncíneos personajes cervantinos que ocupan su centro.

El edificio, vacío y ruinoso, pasa de mano en mano sin más beneficio que unas transmisiones cada vez más altas. El grupo chino que al parecer no sabía muy bien qué hacer con él lo ha vendido ahora a un holding murciano...

Los grandes promotores presionan al ayuntamiento, prometiendo prosperidad, mucho empleo y arroyos de leche y miel.

Y si lo creen oportuno pedirán indemnizaciones si no se les concede ahora todo lo que estaban dispuestos a obtener.






Diagonal

El sistema inmobiliario ha superado la crisis hace tiempo y la estrategia está clara: la rentabilidad se ha mudado a la ciudad habitada y es allí donde se juega la partida actualmente


Una de las principales perversiones de la forma de construir ciudad en España viene derivada del reparto de papeles. La administración local es la responsable de decidir qué operaciones inmobiliarias son las necesarias para conseguir que la ciudad se vaya convirtiendo en el modelo elegido. Y la autonómica, la encargada de aprobar el marco legal de referencia que fijará los derechos y deberes de los propietarios. Sin embargo, el encargado de llevar a la práctica esas decisiones es el agente privado.

Esta distribución de trabajos se inicia con la aprobación de la Ley de suelo de 1956 y va consolidando una forma de hacer que fomenta la formación del sistema inmobiliario y crea unas dependencias nada sanas entre lo público y el interés general y el beneficio privado. El principal punto débil de la estructura planteada está claro desde el inicio: la decisión de la administración pública sobre el destino de los suelos genera automáticamente unas plusvalías que disfrutan y gestionan los propietarios, alentando la especulación.

Cuando un ayuntamiento señala que sobre unos terrenos industriales o sobre una zona agraria pueden construirse viviendas, el precio de dichos suelos sube exponencialmente, sin que los propietarios hayan necesitado hacer nada. Las medidas de control sobre este proceso, establecidas siempre desde el marco legislativo, se van depurando a lo largo del tiempo, pero es evidente que sin grandes éxitos.

Sin embargo, la perversión del modelo va mucho más allá y Madrid es un buen ejemplo. El papel del sistema inmobiliario como ejecutor único de las decisiones de la administración hace que en entornos profundamente liberales la legislación se modifique según sus necesidades, dejando de lado la calidad de la ciudad que se construye. Algunos ejemplos son obvios y así se describen en las exposiciones de motivos: en el inicio del estallido de la burbuja, la ley de suelo de Madrid disminuye las obligaciones de los propietarios, reduciendo las cesiones de zonas verdes y equipamientos en dos ocasiones consecutivas, alegando las dificultades económicas del sistema inmobiliario para desarrollar ciudad. A nadie le importa si esa ciudad que se construye tiene unos estándares adecuados para el desarrollo de la vida ciudadana.

Otros ejemplos no lo son tanto: la eliminación de la cesión de redes generales en intervenciones dentro de la ciudad habitada si el planeamiento no está adaptado, el límite de las tres alturas en los nuevos desarrollos, la posibilidad de monetizar las redes locales, la modificación de la ley de Patrimonio, la reducción de la protección de numerosos edificios de la ciudad, etc. La inseguridad jurídica tantas veces alegada por el sistema inmobiliario es consecuencia de estas prácticas, donde el marco legal es modificado una y otra vez para permitir una adecuada rentabilidad económica de casos concretos, y para adaptar las previsiones de la administración a las necesidades del sistema inmobiliario.

En este contexto, el caso del Edificio España es paradigmático. Tras el desalojo de todos los ocupantes del edificio, Santander Real Estate inicia las obras de remodelación del edificio que quedan paralizadas en 2007, como consecuencia de la crisis inmobiliaria. Desde 2014, la administración trabaja para los distintos inversores inmobiliarios, reduciendo la protección del edificio, modificando las determinaciones del Plan General y realizando estudios que avalen la propuesta privada, poniendo sobre la mesa necesidades de intervención ficticias, como la remodelación de la plaza de España, incluso cayendo en la trampa de simular procesos de participación que respalden las exigencias de los inversores. Dos tópicos acompañan el proceso y mantienen el chantaje sobre la administración: la inseguridad jurídica y la fuga de la inversión que hubiese garantizado miles de puestos de empleo y riqueza para el conjunto de los ciudadanos. Mientras, el edificio pasa de mano en mano, generando plusvalías que ni siquiera están respaldadas por nada físico ni real.

Esta misma forma de proceder puede trasladarse a muchos puntos de la ciudad, respondiendo al mismo patrón de comportamiento: la administración ha dejado de plantearse si Madrid necesita o no esas operaciones, y el único objetivo se ha convertido en adaptar las condiciones legales, económicas e incluso sociales para acomodar la ciudad a las necesidades de los grandes inversores, sin contrapartida. El mito, que se inicia con Eurovegas, se extiende como una onda expansiva en un momento en el que el sistema inmobiliario ha trasladado su ámbito de trabajo desde las áreas de expansión urbana a la ciudad habitada, consiguiendo hacernos creer a todos que la salvación pasa necesariamente por el apoyo público a sus desmanes.

Las herencias de los 20 años de gobierno del Partido Popular en la ciudad son terribles, empezando por el número de operaciones inmobiliarias que existen encima de la mesa: solo con revisar algunas de ellas e intentar amortiguar sus efectos sobre la ciudad, el Ayuntamiento tiene trabajo para los próximos tres años –Mahou Calderón, la operación Chamartín, el Paseo de la Dirección, etc.–, sin olvidar que siempre que la contraparte se quede sentada en la mesa es porque la solución les permite viabilizar económicamente una operación que con toda probabilidad ya no tenía sentido.

El sistema inmobiliario ha superado la crisis hace tiempo y la estrategia está clara: la rentabilidad se ha mudado a la ciudad habitada y es allí donde se juega la partida actualmente, no en las áreas de expansión de la ciudad; la administración, a su servicio, debe dar solución a los problemas jurídicos que impiden el desarrollo de cada uno de los proyectos; y de no ser así, la amenaza es la misma, la inversión se trasladará allí donde sus peticiones sean escuchadas y aceptadas.

Mientras, la administración trabaja a contrarreloj, sin reflexionar sobre si las necesidades de la ciudad y sus habitantes coinciden o no con las del sistema inmobiliario, y permitiendo de nuevo la generación de plusvalías con la compraventa de futuribles que nadie tiene la intención de materializar. La estrategia de despiste pasa por el número de heridas abiertas a lo largo y ancho de la ciudad. Y por la falta de tiempo, o de ganas, de enfrentarse con el gran problema: parar la máquina, reflexionar sobre qué ciudad queremos, y desmontar un discurso instalado entre la ciudadanía, la clase política y la prensa y que a todas luces es falso.




sábado, 30 de julio de 2016

El truco del diablo. Franquismo sociológico

El mejor truco del franquismo es convencernos de que no existe y (casi) de que no ha sido lo que fue.

Las encuestas callejeras que presentan algunas veces las cadenas de televisión carecen en absoluto de rigor. Por la escasez de la muestra, pero también por la selección de las respuestas que con seguridad hacen el entrevistador o sus superiores. Sin embargo, no nos resultan en absoluto chocantes: reflejan muy bien lo que opina e ignora la calle.

Esto revela que, generaciones después del golpe de estado de los cuatro generales ("Franco, Sanjurjo, Mola y Queipo de Llano"), las nuevas generaciones no saben prácticamente nada de la historia pasada, y buena parte de las anteriores no quieren recordar ni transmitir lo que en buena parte han reescrito en la memoria.

¿Habrá que repetir que el verdadero origen de nuestro sistema de gobierno no es la Inmaculada Transición, sino que se remonta a ochenta años atrás?
 
(y los más de cincuenta siguientes...)

Rebelión

Decía Kevin Spacey en Sospechosos habituales que el mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía. Algo así parece que sucede en nuestro país con Franco. El pasado 18 de julio se cumplieron 80 años del golpe de Estado que terminó con la ilusión de la realidad Republicana en España, esa que retrató Orwell en los primeros días de su estancia en Barcelona en Homenaje a Cataluña. Resulta curioso la indiferencia con la que se ha pasado por alto este hecho en nuestro país o, en el peor de los casos, lo que más ha llamado la atención ha sido algún enaltecimiento del golpe de militar por parte de algún representante político y debates televisivos a mayor honra del dictador. Era lo que se podría esperar si tenemos en cuenta los monumentos, calles y demás honores que tienen en nuestras ciudades los golpistas, mientras sus víctimas no logran en el descanso en las cunetas de todo el territorio nacional. Este tipo de cuestiones, simplemente, no serían permitidas en cualquier democracia. Pero esto es España.

Hay que referirse a un país en el que los 40 años de terrible represión de dictadura franquista son aceptados de forma más o menos amplia, sin el más mínimo reproche social. Todos podemos conocer en nuestro entorno a alguna persona que legitime de forma velada (y muchas veces explícita) el golpe militar del 36, pero, eso sí, no acepta que se le llame descriptivamente facha. En su defensa siempre hablan de las atrocidades que cometieron ambos bandos en la guerra civil, haciendo un planteamiento falso que omite el levantamiento contra el orden republicano constitucionalmente establecido y la represión posterior a la guerra. Igualmente hemos vivido alguna historia familiar que se tiene oculta, que cuando se habla sobre ella aparece un silencio incómodo, casi vergonzoso, que indica que eso no debe tratarse, que ya pasó y debe olvidarse. Lo observamos a diario. “Yo no soy fascista, soy patriota”, “Es que la República era un caos”, “Con Franco en España se vivía bien”, “Hablar de memoria histórica es reabrir heridas”… y un largo número de frases cuyo único objetivo es dar una imagen suavizada de los que fue una cruel dictadura que asesinó a miles de personas. Pasar página, pelillos a la mar.

Incluso en el ámbito académico al régimen franquista se le define como autoritario no como totalitario, queriendo, de esta manera, atenuar el grado de crudeza de la dictadura española. Fueron 40 años de franquismo que marcaron profundamente la idiosincrasia, la actitud y los comportamientos políticos que calaron en una generación, que se trasladó a las siguientes y que perviven en la actualidad. Es lo que se ha denominado franquismo sociológico, un hecho de tolerancia social por el que se aceptan los comportamientos fascistas como algo no especialmente malo, que, unido a una élite proveniente del régimen que protagonizó el cambio de régimen sin perder el poder económico, político y mediático, lideraron una transición gatopardista que sirviera para asegurar su posición privilegiada, es lo que nos ha conducido hasta la situación de nuestros días.

Cuando el PSOE llegó al poder en el 82 Alfonso Guerra dijo que “A España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Pasados cerca de 40 años de democracia en España, a día de hoy, no sólo no ha cambiado sino que las diferencias sociales se han agrandando y se ha profundizado en la división del pueblo. Una España como la de Los Santos Inocentes pero con Smartphones.

Porque la clase dominante, antes apoyando a Franco y ahora demócrata de toda la vida pero siempre manejando los hilos del poder, ha impuesto su discurso ideológico y el relato de su historia. Así, en este paradigma las clases no existen, son un invento de la izquierda trasnochada. Porque, en todo caso, se admite la existencia de una gran clase media con aires de grandeza que repudia su propio origen. Porque ha sido generalizado el convencimiento de que una persona que tiene un bar con dos camareros contratados y trabajando 14 horas diarias es un empresario (un emprendedor) y, por tanto, tiene más en común con la idea de empresario tipo Florentino Pérez que con su vecino reponedor en el Carrefour, con el inmigrante marroquí que se cruza todos los días camino del trabajo y vino a España a buscarse un futuro mejor o con los jóvenes que abarrotan las oficinas de (des)empleo buscando acceder en unas condiciones dignas al mercado laboral. Se cree que sus intereses de clase están más próximos a los empresarios simplemente porque puede financiarse a plazos un viaje de vacaciones con su familia a la Riviera Maya. Y además hemos llegado a esta situación por convencimiento propio. Se dice que no hay nada más estúpido que un obrero de derechas, a lo que yo añado de derechas sí, pero además convencido y contento.

Ese es el error. Negar la existencia y la permanencia de esa élite proveniente del franquismo en el poder, rechazar los lazos comunes que tenemos y que conforman la conciencia e intereses colectivos y de solidaridad de la ciudadanía como base de la estructura social, admitir el franquismo como un mal menor en nuestra historia y convencernos del argumento falaz de que en esta injusta y desigual sociedad todos tenemos las mismas oportunidades. La reparación de la memoria histórica, recordando todo lo acontecido y poniendo en valor el honor de los ajusticiados por el régimen franquista, es la base sobre la que reconstruir construir nuestra democracia, no es un acto de revanchismo guerracivilista, sino de justicia. Negarla es aceptar el truco del diablo.

jueves, 28 de julio de 2016

El dibujo en la ingeniería (III-c)

El primer capítulo de esta publicación fue éste, y el último hasta hoy este otro. En él coroné al cuadrado como gran referente para los dibujos planos, tanto en su representación directa como en las proyecciones que de él se pueden hacer, desde puntos de vista cualesquiera, sean cercanos o infinitamente alejados.


La yuxtaposición de cuadrados unidad puede llenar todo el plano y ser una guía para muchos trazados. Veremos que también pueden serlo las proyecciones que del plano se hagan desde cualquier punto de vista.

Para que la representación sea correcta los dibujos deben acomodar sus medidas a la cuaterna armónica definida por cuatro puntos alineados, dos de los cuales representan el cero y el uno y los otros dos el punto medio entre los anterriores y el infinitamente alejado de la misma recta.

Los elementos del plano "infinitamente alejados" no son accesibles, y se les llama impropios. Los puntos impropios, en realidad, representan las direcciones que comparte cada recta con todas las paralelas a ella. El conjunto de los puntos impropios, también llamados puntos de fuga de las paralelas en aquellas proyecciones en que los representan puntos propios, constituyen la recta impropia, que en las dichas proyecciones perspectivas aparece representada por una recta propia llamada horizonte.


He aquí una representación en su verdadera forma y magnitud de un plano cuadriculado y su deformación perspectiva:


Los puntos notables de los cuadrados (vértices, centros de lados, centros del polígono) deben aparecer perfectamente alineados;


Pero también hay en ambas representaciones otras infinitas alineaciones posibles:


Y las rectas paralelas deben confluir en los puntos límite, que son los puntos del infinito o su representación perspectiva.


Aunque se suelen considerar muchos sistemas de representación, veremos que en realidad son variantes de tres únicos métodos perspectivos, que incluso se podrían reducir a dos. 


miércoles, 27 de julio de 2016

Primo Levi y las sociedades perfectas


"El trabajo hace libre"




















Mi sobrino Antonio me prestó el libro. Solamente me dijo: “léelo”. 

La lectura me ha hecho considerar tantas cosas, y querría decirlas en tan poco espacio, que se me atropellan en la mente y entre los torpes dedos que esto escriben, y tengo que repetir: “léelo”. 

Para facilitaros la tarea, dejo algunos enlaces a la trilogía de Primo Levi de la que forma parte. 

El primero es el que acabo de leer: Si esto es un hombre.

Seguido de La tregua. 

Cierra la serie Los hundidos y los salvados, título que ya figuraba en un capítulo del primer volumen de la trilogía. Ampliar el tema en un nuevo libro es revelador del trauma que pudo acompañar a la salvación. Se analizan aquí diferentes formas de encarar y superar las situaciones límite sufridas en estos campos de exterminio. ¿Quiénes sucumbieron y quiénes sobrevivieron? ¿Qué comportamientos, valientes o mezquinos, condujeron al exterminio o a la salvación? 

En muchos casos los que se salvaron no eran los mejores. Este hecho constatable convirtió a los supervivientes en sospechosos, y causó en muchos de ellos sentimientos de culpa y problemas mentales, de los que posiblemente no se libró el autor. 

De este último libro hay un muy buen extracto aquí. 

Recordé haber leído sobre el mismo tema un artículo de Paz Moreno Feliú, en un encomiable libro de lecturas de Antropología Económica compilado por ella, Entre las gracias y el molino satánico, y editado por la UNED. Libro que me ha de dar aún materia de qué hablar (o eso espero). 

Se titula el artículo “Organizar: suspensión de la moralidad y reciprocidad negativa”.


¿Por qué tratar el tema en relación con la economía?

Si la economía trata de la distribución de bienes escasos, la situación de extrema escasez de los campos es lugar ideal para que florezca en toda su desnudez. Todo en esa situación es evaluable y tiene su precio. El trueque crea una “bolsa de valores” con sus cotizaciones cambiantes y su tendencia a la especulación.
 

¿Por qué se habla de “organizar”?

Efectivamente, se trataba de una situación caótica, pero muy bien organizada.

Como explica Paz Moreno Feliú, el control interno de los campos de concentración se había estructurado:

…mediante la creación de distintos rangos antagónicos entre los propios prisioneros, a la cabeza de los cuales se situaban los llamados «prisioneros funcionarios», «preeminentes» o «aristócratas» (jefe de campo, jefe de oficinistas del campo, jefe de estadísticas del campo, jefe de barracones, jefe de patrullas de trabajo, jefe de cada barracón, jefe de cada patrulla de trabajo (kapo), oficinistas de barracón, auxiliares, ayudantes, o todos aquellos que ocupaban posiciones especiales, como traductores, músicos, médicos, cocineros, etc.) 
Ahora bien, la propia estructura del sistema, que idealmente distinguía con nitidez entre los dirigentes del campo y los prisioneros-funcionarios que actuaban como agentes necesarios para que se cumpliesen las órdenes, provocó, en la práctica, que estos últimos actuasen a su vez como «dirigentes» particulares, que sometían a los otros prisioneros a su propio poder. En este sentido, podemos observar cómo, por el propio diseño del sistema, en los campos se originaron una amplia gama de situaciones y actividades que iban desde aquellas que, como veremos, estaban expresamente prohibidas en todas las regulaciones del campo, hasta la aparición de nuevas normas y conductas que hicieron posible que algunos prisioneros creyesen que su conducta era decisiva para aumentar sus difíciles posibilidades de supervivencia.
¿Por qué hablo de “sociedades perfectas?

Según me enseñaron en el catecismo, existían dos sociedades perfectas, que eran la Iglesia y el Estado. Poseían un fin completo y se bastaban a sí mismas para conseguirlo. Por lo tanto no estaban subordinadas a otra sociedad sino que eran independientes.

Este esquema no se sostiene: aun poseyendo un
“fin completo”, ni la Iglesia ni el Estado se bastan a sí mismas para lograr sus fines. Las sociedades mantienen relaciones complejas, y a lo sumo funcionan como cajas chinas o muñecas rusas, contenidas las unas en las otras; cajas más o menos porosas, nunca absolutamente estancas. Pero aunque entre ellas haya contradicciones y conflictos, me inclino a llamar “perfectas” a las que tienden a permanecer estables y conservar su estructura, que incluye la de sus «cajas» internas, mediante procedimientos de control bien diseñados. Como el de Auschwitz.

Porque la verdadera
“sociedad perfecta” por excelencia sería el Tercer Reich, el Estado de la nueva Alemania, que comunicaba su perfecto diseño a todas las subordinadas, entre ellas a los campos de exterminio y a sus piezas constituyentes. Y en efecto, ningún elemento interno le impidió el logro de sus fines hasta la intervención de un factor externo, el Ejército Rojo.

Pero esta sociedad nacionalsocialista estaba a su vez dentro de una estructura netamente capitalista, aún más
“perfecta”. Y a su servicio.

Aunque suene irónico, el más puro liberalismo económico imperaba en todas las relaciones. Como está demostrado, los intereses del estado alemán coincidían con los de los grandes trusts, y lo configuraban como un mecanismo de explotación a gran escala. Hasta que el pacto germano-soviético y la invasión de Polonia enfrentaron a los países de occidente con Alemania, y aún después, de forma más o menos clandestina e intermediada, hubo buenas relaciones y evidentes simpatías hacia los nazis por parte de los grandes empresarios anglosajones. Y sus gobiernos, hasta el último momento, vieron en
Hitler una buena barrera frente al bolchevismo. Hitler lo sabía, y hasta el final intentó convencer a los aliados occidentales de unirse a él frente a la amenaza soviética. Los aliados, por su parte, retrasaron todo lo que pudieron el desembarco en el continente para que sus dos enemigos se desgastaran entre sí, y solamente cuando el avance soviético era imparable aceleraron su actuación para evitar que los soviéticos ocupasen toda Europa.  Véase
El mito de la guerra buena, de Jacques R. Pauwels. 

De la máquina explotadora del capitalismo alemán formaron parte los esclavos de los campos, exprimidos mientras fueron útiles y desechados luego, para aprovechar sus escasas pertenencias y hasta sus cadáveres, en un insólito caso de "optimización del recurso", sin precedentes conocidos. Pero también fueron explotados, a mayor gloria de las grandes empresas, millones de trabajadores forzados de los países ocupados.

El sistema capitalista es, pues, la única
"sociedad perfecta", en el sentido que aprendí en el catecismo. Y sus métodos "liberales" de competencia libre y total, aunque nunca en igualdad de condiciones, permea todas las cajas que contiene, y esta realidad de absoluto "estado de naturaleza", de lucha por la vida, se exacerba en los niveles más bajos. Por eso en los campos de concentración la defensa casi única era la capacidad de cada cual para salvar la vida, a toda costa. En el mejor de los casos y en condiciones muy difíciles los más concienciados, los prisioneros políticos sobre todo, intentaron una lucha colectiva sin posibilidad alguna de éxito.

Sobre esta cuestión evidente, que hace que los más reivindicativos nunca estén en el último escalón, que es el de la soledad absoluta, se ha escrito mucho, con intención ideologizante, afirmando que la insolidaridad y el egoísmo forman parte de la
"naturaleza humana".

Pero habrá que recordar que el ser humano no es nada sin la sociedad, que la hominización-humanización supone el paso crucial del
"estado de naturaleza" al "estado de cultura". No hay sociedades sin cultura y sin estructura social, y el mayor peligro es un totalitarismo absoluto, paradójicamente conducido por quienes se dicen "liberales", que llega a afirmar, como dijo aquel siniestro personaje que fue Margaret Thatcher que "la sociedad no existe. Hay individuos, hombres y mujeres y hay familias". Y menos mal que admitía a estas últimas, seguramente pensando en la suya.

El estado de
"naturaleza" y el de "cultura" son dos polos históricamente determinados, entre los que se mueve toda la maquinaria social. Las peores culturas son las "cajas" que trituran su propio contenido y hacen aflorar lo peor de esa primitiva "naturaleza humana", en una lucha de todos contra todos. Esa alusión a una "naturaleza humana" insolidaria no es desinteresada, pero los mismos que la pregonan están condenados a sufrirla. Los grandes compadres del Capital, mientras comparten sus intereses, se miran de reojo y se combaten sin piedad. Ese es el origen de la corrupción que impregna a las sociedades de arriba abajo. Pero no hay que olvidar que es ruinosa, un factor de descomposición terrible, esa lucha "horizontal" entre iguales que está sustituyendo, como en los campos nazis, a la lucha vertical, la denostada (¿por qué será?) lucha de clases.

Es esencial (no "menos", sino "más") que un
"estado de cultura" se sobreponga al primitivo "estado de naturaleza" y la comprensión de la verdadera "naturaleza humana", que es social, impere sobre la "naturaleza animal" que también somos.

Esa
"sociedad perfecta" capitalista que socava sus propios cimientos debe ser sustituida (a ver si somos capaces) por otra que se aproxime lo más posible a la inalcanzable perfección.

Para entender mejor todo esto, vuelvo al primer libro citado, en dos capítulos, significativamente titulados
"Más acá del bien y del mal" y "los hundidos y los salvados".

Considera
Primo Levi que las cualidades nobles que solemos asociar al concepto de “humanidad” requieren un soporte social y no se dan fácilmente cuando la propia vida está bajo mínimos. En esos casos sale al primer plano el animal que soy sobre el humano que también soy.

Más acá del bien y del mal

La Bolsa es siempre activísima. Aunque todo cambio (mejor, toda forma de propiedad) esté explícitamente prohibido, y aunque frecuentes rastreos de los Kapos o de los Blockälteste atropellen periódicamente en una sola fuga a mercaderes, clientes y curiosos, sin embargo, en el ángulo nordeste del Lager (significativamente en el ángulo más alejado de las barracas de la SS), apenas las escuadras han vuelto del trabajo, se reúne un concurso tumultuoso, al aire libre en verano, dentro del lavadero en invierno.
(...)
Aquí vagan a decenas, con los labios entreabiertos y los ojos relucientes, los desesperados por el hambre, a los que un instinto falaz empuja allá donde las mercancías exhibidas hacen más agria la roedura del estómago y más asidua la salivación. Van provistos, en el mejor de los casos, de la mísera media ración de pan que, con esfuerzo doloroso, han ahorrado desde la mañana, con la esperanza insensata de que se presente la ocasión de un trueque ventajoso con algún ingenuo, desconocedor de las cotizaciones del momento. Algunos de éstos, con salvaje paciencia, adquieren con la media ración un litro de potaje que, al ir alejándose, someten a la metódica extracción de los pocos pedazos de patata que yacen en el fondo; hecho lo cual, la cambian por pan, y el pan por un nuevo litro que expoliar, y esto hasta el agotamiento de los nervios, o hasta que cualquier perjudicado, cogiéndole in fraganti, no les inflija una severa lección, exponiéndolos a la pública irrisión. A la misma especie pertenecen los que van a la Bolsa a vender su única camisa; ésos saben bien lo que va a suceder, en la primera ocasión, cuando el Kapo compruebe que están desnudos bajo la chaqueta. El Kapo les preguntará qué han hecho de la camisa; es una pura pregunta retórica, una formalidad útil tan sólo para entrar en materia. Le responderán que la camisa se la han robado en el lavadero; también es de rigor esta respuesta, y no pretende ser creída; en realidad, hasta las piedras del Lager saben que en noventa y nueve veces de cada ciento quien no tiene camisa la ha vendido por hambre, y que además se es responsable de la camisa porque pertenece al Lager. Entonces, el Kapo lo golpeará, le será asignada otra camisa, y antes o después todo volverá a empezar.
(...)
En conclusión, el hurto en la Buna, castigado por la Dirección Civil, es autorizado y estimulado por los SS; el hurto en el campo, reprimido severamente por los SS, es considerado por los civiles una operación normal de cambio; el hurto entre Häftlinge es generalmente castigado pero el castigo afecta con la misma gravedad al ladrón y al robado. Quiero invitar ahora al lector a que reflexione sobre lo que podrían significar en el Lager nuestras palabras «bien» y «mal», «justo» e «injusto»; que juzgue, basándose en el cuadro que he pintado y los ejemplos más arriba expuestos, cuánto de nuestro mundo moral normal podría subsistir más allá de la alambrada de púas. 
Los hundidos y los salvados. 
Enciérrense tras la alambrada de púas a millares de individuos diferentes en edades, estado, origen, lengua, cultura y costumbres, y sean sometidos aquí a un régimen de vida constante, controlable, idéntico para todos y por debajo de todas las necesidades: es cuanto de más riguroso habría podido organizar un estudioso para establecer qué es esencial y qué es accesorio en el comportamiento del animal-hombre frente a la lucha por la vida.
No creo en la más obvia y fácil deducción: que el hombre es fundamentalmente brutal, egoísta y estúpido tal y como se comporta cuando toda superestructura civil es eliminada, y que el Häftling no es más que el hombre sin inhibiciones. Pienso más bien que, en cuanto a esto, tan sólo se puede concluir que, frente a la necesidad y el malestar físico oprimente, muchas costumbres e instintos sociales son reducidos al silencio.
Me parece, en cambio, digno de atención este hecho: queda claro que hay entre los hombres dos categorías particularmente bien distintas: los salvados y los hundidos. Otras parejas de contrarios (los buenos y los malos, los sabios y los tontos, los cobardes y los valientes, los desgraciados y los afortunados) son bastante menos definidas, parecen menos congénitas, y sobre todo admiten gradaciones intermedias más numerosas y complejas. 
Pero en el Lager sucede de otra manera: aquí, la lucha por la supervivencia no tiene remisión porque cada uno está desesperadamente, ferozmente solo. Si un tal Null Achtzehn vacila, no encontrará quien le eche una mano; encontrará más bien a alguien que le eche a un lado, porque nadie está interesado en que un «musulmán» más se arrastre cada día al trabajo: y si alguno, mediante un prodigio de salvaje paciencia y astucia, encuentra una nueva combinación para escurrirse del trabajo más duro, un nuevo arte que le rente unos gramos más de pan, tratará de mantenerla en secreto, y por ello será estimado y respetado, y le producirá un beneficio personal y exclusivo; será más fuerte, y será temido por ello, y quien es temido es, ipso facto, un candidato a sobrevivir. 
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(Con el término «Muselmann», ignoro por qué razón, los veteranos del campo designaban a los débiles, los ineptos, los destinados a la selección)