viernes, 25 de diciembre de 2015

La cumbre de París y el colapso ambiental

Carl Sagan editó la histórica serie televisiva Cosmos. En un capítulo titulado Enciclopedia Galáctica especulaba sobre la posible existencia de civilizaciones extraterrestres. Quería establecer con rigor científico la posibilidad de contacto con esas hipotéticas culturas del exterior, cuestión de gran tradición en la fantasía científica y que de forma más seria e ilusionante, aunque no exenta de publicidad emocional, motivó la inclusión en las sondas Voyager de mensajes destinados a esos posibles convecinos de la casa cósmica.

Utilizó para establecer la probabilidad de que existieran esos seres la Ecuación de Drake, que considera sucesivamente varios factores que van acotando sucesivamente el problema.

La ecuación está basada en los siguientes parámetros:
N = R* • fp • ne • fl • fi • fc • L
donde N representa el número de civilizaciones que podrían comunicarse en nuestra galaxia, la Vía Láctea. Este número depende de varios factores:
R* es el ritmo anual de formación de estrellas "adecuadas" en la galaxia.
fp es la fracción de estrellas que tienen planetas en su órbita.
ne es el número de esos planetas orbitando dentro de la ecosfera de la estrella (las órbitas cuya distancia a la estrella no sea tan próxima como para ser demasiado calientes, ni tan lejana como para ser demasiado frías para poder albergar vida).
fl es la fracción de esos planetas dentro de la ecosfera en los que la vida se ha desarrollado.
fi es la fracción de esos planetas en los que la vida inteligente se ha desarrollado.
fc es la fracción de esos planetas donde la vida inteligente ha desarrollado una tecnología e intenta comunicarse.
L es el lapso, medido en años, durante el que una civilización inteligente y comunicativa puede existir.
El interés de la ecuación, más que en las variables elegidas, está en su planteamiento. Podrían considerarse otras variables, y en todo caso la estimación de las cantidades elegidas es tan incierta que las estimaciones obtenidas oscilan entre un solo planeta (lo cual significaría que se trata únicamente de nuestra Tierra, que estamos solos en la Galaxia) y muchos millones de ellos.

El problema más real es si sería posible que esas civilizaciones sw comunicaran entre sí. La nuestra ya lo ha intentado con las misiones Voyager. Procedimiento sumamente lento y que en el improbabilísimo caso de encontrar destinatario para su mensaje lo haría cuando seguramente ni siquiera existiese el sistema solar. Más eficaz sería el uso de las ondas radioeléctricas. Una civilización muy avanzada que se encontrara a menos de cien años luz de distancia apenas comenzaría a percibir ahora una inusual emisión de ondas de radio desde algún planeta del sistema solar. Cómo podría interpretar ese fenómeno es otro cantar.

Pero si nuestra civilización y las de ellos pudiesen durar muchísimo tiempo tal vez una comunicación de carácter más que secular podría establecerse. Mensajes unidireccionales en el caso de largas distancias, o con respuesta posible en algunos años para los casos de sistemas estelares "muy próximos" (varios años luz)-

No sabemos si esos mensajes han podido ya ser emitidos. En todo caso no los hemos captado aún. Y emitirlos nosotros apenas acaba de ser considerado.

Imaginemos que esas civilizaciones tienen corta duración. La teoría de Olduvai, en su versión más pesimista, concede cien años a la nuestra. En tal caso, si la distancia entre civilizaciones semejantes es de más de cien años luz, los mensajes recibidos de una a otra serían meramente testamentarios.

Entonces, considerando que pudieran existir muchas civilizaciones avanzadas en muchos planetas, la variable decisiva es la L. ¿Por cuánto tiempo puede sostenerse una cultura tecnológica sin ser destruida? Y hemos de pensar que probablemente colapsaría por factores internos, Dicho más claramente, que se autodestruiría.

Porque si en su formación se tuvieron que emplear varios miles de millones de años, de ser realmente estable es muy improbable que no pudiese durar muchos años más.(¿Millones tal vez?). Asimov imaginó en sus relatos una civilización galáctica de decenas de miles de años de antigüedad. No creo que hoy haya gente tan optimista.

La preocupación por la sostenibilidad, por lo tanto, no es una moda actual, sino que está presente en todas las culturas, que han imaginado diluvios, cataclismos y apocalipsis varios para predecir su propio final.

En el caso de la nuestra, la posibilidad de una guerra nuclear generalizada era la amenaza que más preocupaba. Parece que hoy nos hemos acostumbrado un poco a ella. con la existencia de armas nucleares "tácticas" y la escalofriante familiaridad con que hablan de su empleo los estúpidos y locos estrategas militares.

Pero aunque vayamos soslayando ese final, tenemos encima otro problema que no requiere de la "destrucción mutua asegurada" de los participantes en la Guerra Fría.
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Entrevista a Carlos Arribas (Ecologistas en Acción) y David Sandoval (Greenpeace)


Rebelión
























¿Se está discutiendo en la Cumbre del Clima de París del fondo de la cuestión? Según Carlos Arribas, portavoz de Ecologistas en Acción del País Valenciano, “nos dirigimos hacia un colapso ambiental y esta es la idea central que se le está escondiendo a la mayoría de la población”. El agotamiento de los recursos –particularmente los combustibles fósiles- sería, a juicio del activista, el problema central (hace dos años que se superó el “pico” del petróleo convencional). Esta posibilidad real de colapso, añade David Sandoval, portavoz de Greenpeace en el País Valenciano, explica que muchas empresas y fondos de inversión estén retirando sus capitales de los hidrocarburos convencionales. El cambio climático no es un mero ejercicio especulativo. “Hay islas de la Micronesia en la que se han diseñado planes para evacuar a la población por los efectos del cambio climático”, recuerda Sandoval. Los dos activistas han participado en un debate sobre “El cambio climático. El coste de no actuar”, organizado por la Conselleria de Agricultura, Medio Ambiente y Cambio Climático en la Universitat de València.


-Los países representados en la Cumbre del Clima de París contra el cambio climático parten de propuestas no vinculantes. ¿Qué puede esperarse de una gran Cumbre en la que no se establecen compromisos obligatorios?

-Carlos Arribas: Las previsiones, de acuerdo con las propuestas presentadas por los 195 países, es que continúen aumentando las emisiones. Por ejemplo en el caso de China, aunque coloque el “pico” en 2030 y afirme que disminuirá la “intensidad” energética por unidad de PIB, continuará incrementando las emisiones contaminantes.

-David Sandoval: El hecho de que sean voluntarias y no obligatorias es cuestión de las negociaciones. Para empezar a hablar y tratar de entenderse, encontraron el siguiente mecanismo: proponemos voluntariamente unos indicadores y después nos sentamos a negociar. Si los límites fueran obligatorios de entrada, muchos países ni siquiera se sentarían en la mesa de negociación. El objetivo es que podamos pasar a unos compromisos vinculantes, y las organizaciones ambientales pedir que sean más ambiciosos.

-¿Ha habido avances en la lucha contra el cambio climático derivados de las cumbres anteriores? ¿Qué balance pude hacerse de dos décadas de Conferencias?

-CA: Algo se consiguió en 1997 con el Protocolo de Kyoto, que no entró en vigor hasta 2005. Sin embargo Kyoto no supuso la reducción de los gases de efecto invernadero en los países desarrollados, de entrada, porque sólo afectaba a aproximadamente el 12% de las emisiones, con lo que la tendencia a la concentración de gases de efecto invernadero ha continuado aumentando. Además, en París puede ocurrir lo mismo que en la capital japonesa, que Estados Unidos firme el acuerdo y después el Senado y la Cámara de Representantes digan que no. Que se considere una “imposición extranjera” los contenidos del convenio internacional. El Protocolo de Kyoto no fue ambicioso, pero sí una señal de que había que reducir las emisiones en los países ricos. Tenía muchos “agujeros”, como los mercados del carbono, que implican la compra-venta de emisiones, no su disminución real. El capital financiero apuesta en la Cumbre de París por estas fórmulas de contabilidad creativa.

DS: De todas las cumbres y rondas negociadoras, me quedaría con que ha hecho falta 20 años para que pongan un límite que todos podamos manejar fácilmente: la elevación máxima de la temperatura en 2ºC a finales de siglo. Si para esto se ha tardado dos décadas, el resumen que puede hacerse es que todo gira en torno a “no me lo creo pero hago grandes declaraciones”. Para las organizaciones ambientalistas ya es mucho que se empezara en la Cumbre de Río de Janeiro, en 1992; Kyoto también supuso mucho, porque cualquier cosa que llame la atención sobre el problema ya sirve. Pero a nivel político y real, no ha habido prácticamente avances.

-¿Qué conclusión puede extraerse de que entre los patrocinadores de la Cumbre de París figuren multinacionales como Ikea, Michelin, el banco BNP-Paribas, Air France o Renault-Nissan?

-CA: Sí, ya hemos visto el anuncio a página entera de Iberdrola diciendo que ellos también están por la reducción de emisiones. Son intentos de presionar por parte de las multinacionales. Pero de algún modo la ONU ya está imbuida de este espíritu, de hecho, muchos de los programas de Naciones Unidas están patrocinados por las transnacionales. No olvidemos que el pasado 25 de septiembre la ONU ya aprobó un convenio para “transformar el mundo hacia un desarrollo sostenible”, con 17 objetivos y 169 metas con vistas al año 2030; se incluía la lucha contra el cambio climático, lo que resulta incompatible con otro de los objetivos planteados: el crecimiento y el desarrollo económico.

-DS: Los grandes países intentan implicar al sector privado para financiar la adaptación a los efectos del cambio climático. En parte la pugna está en no legitimar, a través de lo público, a estas empresas, porque ellas tienen su parte de responsabilidad social corporativa, e intentarán “lavar” su imagen en la medida en que aporten fondos. Pero, además de las empresas, otro punto importante es cómo se producen las negociaciones, en este caso por bloques de países. Aunque siempre hay actores que se salen del guión. A países como Arabia Saudí o Qatar normalmente no les interesa que haya acuerdos “fuertes” sobre el cambio climático, porque son productores de petróleo y los grandes afectados si hay medidas reales para combatir el uso de combustibles fósiles. De hecho, los Acuerdos de Copenhague (2009) los impidió en gran parte Arabia Saudí.

-¿Consideráis suficiente el límite de 2ºC de aumento de las temperaturas hasta finales de siglo?


-CA: La temperatura está ligada a la concentración de CO2 en la atmósfera. En un escenario con una concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera de aproximadamente 450 ppm (partes por millón), ya tendríamos los 2ºC que se ha puesto como límite para el aumento de las temperaturas. Y este año ya hemos superado los 400 ppm. Sin embargo, algunos países han propuesto un aumento máximo de 1,5ºC en las temperaturas a finales del siglo XXI, más restrictivo; es sobre todo una propuesta que han hecho las islas-estado y algunos científicos, lo que iría ligado a una concentración de 350 ppm. Sería una propuesta mucho más razonable.

-DS: Siguiendo con el ritmo actual, en dos décadas llegaremos a la concentración de 450 ppm de CO2 en la atmósfera. El compromiso de los 2ºC creo que es muy genérico, no sirve. Yo lo tomaría como una cifra de consenso a la que se llegó para empezar a negociar. El problema es fundamentalmente de desigualdad, porque las consecuencias del cambio climático antropógeno que hemos creado sobre todo los países enriquecidos, van a padecerlo los más pobres. Algunas islas de la Micronesia ya cuentan con planes de evacuación para la mayoría de su gente, sencillamente por el aumento de 1ºC en las temperaturas desde los niveles pre-industriales hasta hoy. Se está produciendo un incremento del nivel del mar que aumenta los efectos de las catástrofes naturales. Prevén que en pocos años no puedan vivir en su tierra.

-Autores como Carlos Taibo y Jorge Riechmann han escrito y conferenciado sobre el “colapso ambiental”, idea que no figura en la “agenda” de París. ¿Existe realmente el riesgo de “colapso”?


-CA: Nos dirigimos hacia un “colapso ambiental” y ésta es la cuestión “fuerte” que se le está escondiendo al público. El gran capital está aceptando la lucha contra el cambio climático, pero esconde el gran problema del agotamiento de los recursos. El “pico” del petróleo convencional se superó hace dos años, y actualmente se están explotando hidrocarburos no convencionales, por ejemplo el gas esquisto. También el “fracking” tiene trazas de agotarse. De hecho hay una guerra larvada entre las potencias petrolíferas de Oriente Medio y de la OPEP, y por otro lado Estados Unidos, por ver cuál es el recurso energético prioritario. Vivimos una época de bonanza económica en parte por la caída de los precios del petróleo, pero al mismo tiempo están quebrando muchas empresas dedicadas al “fracking” en Estados Unidos. El precio actual de 44-45 dólares el barril de petróleo es prácticamente el precio del coste de extracción del “fracking” (mucho más caro de extraer que el petróleo convencional). La empresa Abengoa es, entre otros ejemplos, un resultado de esta guerra: las energías renovables no tienen incentivos con el barril de petróleo a 45 dólares. Además, el agotamiento de recursos, el “colapso”, lo estamos viendo en otros muchos materiales, como el cobre.

-DS: Si no fuera por la posibilidad de un “colapso ambiental”, muchas empresas y fondos de inversión no estarían dejando de invertir en materias primas, sobre todo en combustibles fósiles. Por ejemplo, la Fundación Rockefeller o el fondo soberano de Noruega… Es una cuestión estratégica. Por ejemplo una consultora, Arabella Advisors, que asesora a bancos y fondos de inversión, aconsejó el año pasado a sus clientes que desinvirtieran en combustibles fósiles para pasarse a las energías renovables.

-¿Se puede afrontar el problema del cambio climático con un gasto militar mundial de 1,8 billones de dólares (2014)? ¿Y sin cuestionarse la realidad de sectores como la agroindustria o la minería?


-CA: La guerra es un gran consumidor de petróleo y un gran emisor de gases de efecto invernadero. Todos los aparatos de guerra se mueven con combustibles fósiles. Vivimos hoy en medio de una fuerte tendencia “guerrera”, en la que la orientación de fondo de las potencias es colocarse en el mapa geoestratégico para el control de los recursos naturales. La guerra es un mal invento para el cambio climático.

-DS: La agroindustria y la minería son dos emisores importantes de gases de efecto invernadero en los países desarrollados. Son sectores cuyos procesos productivos han de cambiar si quieren rebajarse las emisiones contaminantes. Por no hablar de la guerra, que no es un sector productivo, aunque la producción de armas sea un sector industrial.

-¿Y en cuanto a las desigualdades en el mundo o la relación Norte-Sur?


-CA: Se dice que China ha superado a Estados Unidos, desde hace dos años, como emisor de gases de efecto invernadero. Pero si adoptamos un criterio de “justicia climática”, hemos de valorar las emisiones “per capita”. En los últimos 25 años los países desarrollados han “terciarizado” enormemente sus economías, es decir, han hecho que la gran fábrica del mundo sean países como China. Las consecuencias de esas emisiones se imputan a China o India, pero realmente habría que asignarlas a los consumidores de sus productos. Por tanto, en la Cumbre de París habría que plantear –con criterios de “justicia climática”- una contabilidad de emisiones real, que tenga en cuenta quién produce y quién consume lo que fabrica cada país. Teniendo en cuenta estos criterios, hay que recordar que las emisiones “per capita” de Estados Unidos son actualmente siete u ocho veces las de China.

-DP: El enfoque de las ONG no aborda el clima como algo ajeno al ser humano, es más, el cambio de paradigma energético implica un cambio de modelo social. En todas las negociaciones los países pobres quieren que se les compense, de algún modo, por los daños que les ha producido nuestro desarrollo anterior. Hace 150 años que les venimos generando este problema.

-En los últimos días de la Cumbre del Clima, ¿qué objetivo consideraríais realista?


-CA: Aceptar el escenario de los 2ºC y la reducción de las emisiones globales de los gases de efecto invernadero en el periodo 2020-2030. Pero se trataría de una reducción efectiva a escala global en la que habría que ver de qué modo se efectúa el reparto. Los países que emiten poco “per capita” es posible que pudieran aumentar algo las emisiones, pero los países enriquecidos tendrían que disminuir drásticamente sus emisiones y de manera rapidísima. Actualmente se están emitiendo 52 gigatoneladas a nivel global; en 2030 deberían reducirse a 42 gigatoneladas. Por otro lado, un objetivo ambicioso consistiría en ir hacia una economía de “Cero Carbono” antes de finales de siglo. Y también hacia una realidad de emisiones negativas, es decir, que las capturas de carbono por parte de la atmósfera, el suelo o el mar sean mayores que las emisiones por la actividad industrial.

-DP: No es cuestión de que algo nos parezca “suficiente”. Hay quien dice que es preferible que no haya acuerdo a que éste no sea el adecuado. O también podría ocurrir que se firmara un acuerdo en torno al límite de 2ºC y el cumplimiento sea laxo, o no se haga efectivo. Son fundamentales los mecanismos de control, mediante expertos, que los hay, para controlar el cumplimiento de los acuerdos.


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