domingo, 18 de enero de 2015

La crítica al islam no es intolerancia, ni debe ser islamofobia

Hace ya algunos siglos (pero no tantos) que se separaron en Europa el poder religioso y el político. Cuando el Imperio Romano adoptó el cristianismo como religión de estado, el emperador dejó de ser jefe religioso, Pontifex Maximus. El poder dual  de la Iglesia y el Estado fue desde entonces más o menos inestable, pero la hegemonía de la religión en la vida civil siguió siendo casi absoluta. Sólo en tiempos recientes la iglesia fue perdiendo fuerza (proceso ligado al auge del capitalismo, y en medio de crueles guerras de religión). Ahora, el poder eclesiástico no puede actuar como en otros siglos, pero no olvidemos que hace menos de dos la Inquisición española aún condenaba a muerte.

La dictadura de Franco era militar y teocrática. La Iglesia tuvo incluso, de modo indirecto (pero la Inquisición también se parapetaba tras el brazo secular), la reponsabilidad de muchas muertes, utilizando a nuevos brazos seculares, aunque también a veces a curas trabucaires.

Ilustrativamente, la dictadura incluyó en un mismo paquete de asignaturas Las Tres Marías (Religión, Política y Gimnasia). Mens infirma in corpore sano

Por razones históricas, en el islam no se produjo, ya desde el principio, ninguna separación entre religión, política y gimnasia colectiva. Lo de la gimnasia no es baladí, porque los ritos comunitarios, que gobiernan toda la vida del musulmán practicante, tejen fuertes lazos, especialmente cuando son señas de identidad frente a sociedades que perciben como hostiles.

El poder político siempre se ligó al califato, o como mínimo a un emirato. Hay que entender esto, y el Occidente colonizador tiene alguna responsabilidad en el mantenimiento de tal fusión, que a veces ha utilizado en su provecho, como ha fomentado a su conveniencia las tendencias más reaccionarias dentro del islam. Y de aquellos polvos, estos lodos.



Rebelión


Me desorientan algunos ideólogos de la izquierda radical. Pecan, en parte, de eclecticismo, y en parte, de intelectualismo. Después de lo sucedido quedé pendiente de la respuesta de Podemos: condenó los asesinatos y se solidarizó con las víctimas. Fue escueto. No ideologizó el problema. Tampoco lo relativizó. Ni cayó en el eclecticismo ni en el intelectualismo. Su futuro político, la posibilidad de convertirse en el partido gobernante de un Estado capitalista occidental, lo obliga a actuar así. No puede separar lo que piensa de lo que llegado el caso tendrá que hacer.

Lenin elaboró una magistral lección para diferenciar la dialéctica del eclecticismo. Si necesito un vaso para beber agua, lo fundamental es que no esté resquebrajado. Si lo necesito de pisapapeles, por el contrario, puede estar resquebrajado. Se trata de que cuando nos enfrentamos a un problema hay que señalar y atender lo pertinente. Y lo pertinente en el caso del ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo es justamente eso: un ataque terrorista. La forma religiosa con la que se cubre esa acción hay que verla justamente como eso: como pura forma, como máscara. La inmensa mayoría de los islamistas no son terroristas. Las principales víctimas del terrorismo yihadista son islamistas. Y lo que no es pertinente en este caso es hablar de islamofobia.

Entiendo por intelectualista a aquel ideólogo que cuando reflexiona sobre los hechos lo hace como si no perteneciera a ninguna nación, clase y época histórica. Por eso hablé al principio de la posición de Podemos. Una de sus portavoces habló en el debate de la Sexta que el atentado contra Charlie Hebdo era un atentado contra la libertad de expresión. También precisó Pablo Iglesias que la lucha contra el terrorismo yihadista no debía implicar limitar las libertades y derechos de los ciudadanos y ciudadanas de la Unión Europea. Sus afirmaciones no se diferencian esencialmente de las declaraciones del PP y del PSOE, o para ser más preciso, de las declaraciones dominantes. Los dirigentes de Podemos se sienten parte de un sistema, de una nación y de una época.

La crítica al islam no puede ser presentada como islamofobia ni tampoco como intolerancia. No podemos permitir que en suelo europeo crezcan de nuevo determinaciones históricas feudales. Los islamistas que viven en la Unión Europea o una buena parte de ellos hacen de su religión un aspecto fundamental de su identidad nacional. También lo hacen los judíos. Puede ser un aspecto de su identidad cultural. Pero haríamos mal en considerar que la religión pueda ser la base de la identidad cultural. La revolución burguesa en Europa logró que el Estado se liberara de la religión. Este logro todavía no se ha conquistado en buena parte de los países de religión musulmana. Y los inmigrantes que llegan a la Unión Europea provenientes de esos países están acostumbrados a que la religión sea fundamental en su vida como ciudadanos. Aquí hay que librar una dura batalla ideológica. La religión no puede ser un factor determinante en la vida de los ciudadanos europeos. Esa lucha ya se le ganó a la religión católica. Así que no podemos permitir que en el suelo de la Unión Europea la religión islámica se vuelva determinante en la vida ciudadana.

La otra conquista importante de la Unión Europea es el peso que tiene en la cultura el agnosticismo y el ateísmo. Al leer a tantos ideólogos de la izquierda radical que nos advierten de la islamofobia que se puede desarrollar en la Unión Europea, compruebo que no hacen lo que deben hacer los verdaderos radicales: criticar a la religión como un opio. No comparto el estilo satírico que practica Charlie Hebdo con la religión musulmana, o con cualquier otra religión. Yo creo más en una lucha ideológica basada en el respeto mutuo. También debo decir que todo en la religión no es malo ni nocivo para el ser humano. En toda religión hay cultura y hay valores. Hay también riqueza espiritual. Pero del mismo modo debe haberla en al agnóstico y en el ateo. Creo, para terminar, que los valores que deben primar en la convivencia entre los ciudadanos europeos son los valores del Estado de derecho y del Estado laico. Y la identidad nacional o local de los ciudadanos europeos no debe tener la marca de religión alguna.

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