viernes, 19 de diciembre de 2014

"¡Pretolio! a dos perras media libra..."

Anoche mismo, en la televisión de La Voz de Galicia, un grupo de economistas trataba el tema de los precios del petróleo. En este enlace se hallará el debate, a partir del minuto 16 (tras la información sobre una muy disputada plaza de enterrador).

El caso es que estos economistas pasan por alto varias cosas:
  • El petróleo es una energía renovable, pero su tasa de reposición (cociente entre el tiempo que tarda en consumirse y el que tarda en formarse) es del orden de una millonésima.
  • Ya hemos pasado el punto de máxima producción, y pretenden que aún aumente el consumo. El PIB y el principio del beneficio así lo exigen.
  • La capacidad de aprovechamiento de una fuente depende de la tasa de retorno energético, cociente entre la energía aprovechada y la empleada en obtenerla. Si esa tasa, siempre descendente, se aproxima a la unidad, no tiene sentido extraer el producto.
  • La tasa de retorno, que comenzó siendo superior a 100, desciende implacablemente cuando se va extrayendo el más fácil y abundante. Hoy oscila entre 5 y 15.
  • Las pizarras bituminosas y alquitranes pesados tienen una tasa de retorno mucho menor, próximo a la unidad. Posiblemente, inferior. En tal caso, solamente por razones de coyuntura geoestratégica se utilizarían, con bajas temerarias de precio y la esperanza de hundir la economía "del enemigo". O sencillamente para prolongar la situación actual, a la espera de un "milagro energético", como la energía de fusión.
  • Caso de darse ese milagro, seguiría la emisión de calor, incluso eliminando las emisiones de efecto invernadero, y se prolongaría el calentamiento global.
  • Los economistas, que suelen ver ventajas en las crisis, consideradas "oportunidades", ya especulan con las facilidades para el transporte a  través del Ártico y la explotación de nuevos yacimientos existentes bajo los hielos. No suelen considerar los costes (también energéticos) de trasladar las poblaciones costeras inundadas y sus pobladísimas megaciudades.
  • Tampoco ven problemas en la desertización e inhabitabilidad de vastas zonas, calculando que entrarán en cultivo otras más septentrionales (lugares que albergan a sus poblaciones; a los demás basta con cerrarles el paso).
  • Cuando hablan, suelen situar los mayores problemas en futuros remotos. Creo que piensan: "después de mí, el diluvio". Pero los problemas están más cerca de lo que creen. Como que ya están aquí.
  • El crecimiento exponencial, por mínimo que sea, se dispara en un momento dado hasta lo explosivo. A una escala trágica, pero aún soportable hasta hoy, las crisis económicas, la explosión de las burbujas, se resuelven con la destrucción periódica de enormes cantidades de bienes de todo tipo. Y de vidas humanas.
  • Este crecimiento, expresado en el PIB, ignora lo que la naturaleza puede dar de sí, valorando el coste de los materiales como "coste de extracción", y no como activo agotable. Es como si al sacar dinero del banco valorase sólo lo que me cuesta llegar al cajero (que si vivo "en el pico del monte" sería un coste a considerar...)
  • El ejemplo de la gasolinera: si la gasolinera más próxima está a una distancia en que gasto la capacidad del depósito en ir y volver ¿haré el viaje?
  • Existe una confianza desorbitada en la tecnología, incluso en la que aún no existe, y hasta en la que probablemente nunca existirá. ¿Puedo mantener esa fe, solamente para tranquilizar mi conciencia y continuar con mi modo de vida actual sin caer en la depresión? Así es, al menos para quienes son más capaces de imaginar el fin del mundo que el del capitalismo.
  • La ideología se forma a lo largo de mucho tiempo y no cambia bruscamente, aunque la realidad lo haga. Forma parte del núcleo del yo. Por eso las verdaderas conversiones son tan raras.
  • El imaginario "de clase" (que no coincide con la posición real) induce a los menos perjudicados a verse lejos del asunto. Los que se sienten más seguros tienden a minimizar las dificultades de aquellos a los que va alcanzando. Si soy un acomodado contertulio, me serán lejanos los pobres del mundo, aunque finja, incluso ante mí mismo, que estoy muy preocupado por ellos. Luego iré a cenar o a tomar unas copas.
  • En todo ello está ausente el principio de precaución.
¿Los economistas saben estas cosas, o hacen como que no las saben? A fin de cuentas, la vida es corta y cuanto más futura, más incierta. Por eso aplazar un problema se parece algo a resolverlo.

The Nation
No importa.

Desde que el debate acerca del oleoducto Keystone XL estalló, hace tres años y medio, ese ha sido el argumento de los liberales que apoyan el proyecto. Claro, el petróleo que Keystone transportaría de las arenas bituminosas es tres a cuatro veces más intenso en gases de efecto invernadero que el petróleo convencional. Pero eso no tiene que ver con Keystone XL, nos dicen. ¿Por qué? Porque si TransCanada no puede construir al sur Keystone, entonces otro oleoducto será construido al oeste o al este. O porque el petróleo sucio será transportado por ferrocarril. Pero no se equivoquen, nos han asegurado durante mucho tiempo: todo ese carbono enterrado debajo del bosque boreal de Alberta será minado sin importar qué decida el presidente.

Hasta hace poco, el auge de las arenas bituminosas sí parecía imparable. La industria proyectaba con regularidad que la producción pronto se duplicaría, luego se triplicaría, y los inversionistas extranjeros corrieron a construir enormes minas nuevas. Pero estos días, el pánico está en el aire en la antes arrogante Calgary. En menos de un año, Shell, Statoil y la francesa Total han guardado en el cajón importantes proyectos nuevos de arenas bituminosas. Y un gran signo de interrogación ahora cuelga sobre uno de los más enormes –y más sucios– depósitos de carbono en el mundo.

Esto cambia drásticamente el cálculo que Barack Obama enfrenta. Su decisión ya no es acerca de un oleoducto. Es acerca de si el gobierno estadunidense le aventará un salvavidas a un proyecto industrial que desestabiliza el clima, que está bajo una confluencia de presiones, que se suman para crear una muy real crisis. Aquí las cuatro principales razones por las cuales las arenas bituminosas están en graves problemas.

1. Los precios del petróleo están bajos. A mediados de noviembre, los precios del petróleo bajaron a niveles que no se habían visto desde 2010. Previo a la reciente cumbre del G-20, Vladimir Putin habló acerca de estar preparados para más caídas catastróficas. Esto importa, sobre todo, para las arenas bituminosas, donde el betún semisólido es muy costoso de extraer; el sector realmente comenzó a prosperar cuando parecía que ahora un barril de 100 dólares era lo normal. Los precios podrían volver a subir, pero la caída fue un recordatorio del riesgo inherente de apostar a lo grande, a un método de extracción con altos costos.

2. Los oleoductos de arenas bituminosas son imanes de protestas. Quienes apoyan a Keystone muchas veces aseguran que si el petróleo no viaja al sur, a través de Estados Unidos, simplemente será enviada por tubería hacia el oeste, a través de British Columbia, y de ahí sería transportado en embarcaciones petroleras. Podrían poner más atención a lo que ocurre al oeste de las Montañas Rocallosas. Desde el 20 de noviembre, más de 60 personas han sido arrestadas afuera de Vancouver, cuando intentaban bloquear la ampliación del oleoducto de arenas bituminosas pertenecientes a Kinder Morgan. Más al norte, el oleoducto Northern Gateway, propuesto por Enbridge, otra posible ruta de escape de las arenas bituminosas, enfrenta aún más rechazo. De hecho, la oposición al incremento del tráfico de embarcaciones petroleras a lo largo de su amada costa ha unificado a la población de British Columbia.

Así que, ¿y el este? Bien, el 21 de noviembre, el primer ministro de Ontario y el de Quebec firmaron un acuerdo conjunto que incluye una serie de obstáculos al oleoducto Energy East, propuesto por TransCanada, el cual, en caso de ser terminado, transportaría petróleo de arenas bituminosas a la costa este. El acuerdo se hizo en respuesta a la fuerte oposición al proyecto que había en ambas provincias.

Algunos miembros del campamento no importa señalan que el petróleo de las arenas bituminosas de todos modos se transporta a través de la infraestructura existente. Esto no toma en cuenta que Keystone XL siempre ha estado vinculado a los planes de expandir enormemente la cantidad de petróleo pesado que se extrae. Y la capacidad para transportar ese petróleo no está ahí, razón por la cual, cuando Statoil canceló su mina (reportada con un valor de 2 mil millones de dólares), citó, entre las razones, un limitado acceso a los oleoductos.

3. Los derechos indígenas siguen ganando en los tribunales. Lo que añade mayor incertidumbre es el hecho de que todos estos proyectos impactan tierras de las cuales los pueblos de las Primeras Naciones tienen títulos de propiedad y derechos emanados de tratados, derechos que una y otra vez han sido ratificados por la Corte Suprema de Canadá. Recientemente, en junio, la Suprema Corte emitió un fallo, de modo unánime, de que no podía haber desarrollos en las tierras de la Primera Nación Tsilhqot’in, en British Columbia, sin su consentimiento. Las empresas de oleoductos no tienen el consentimiento de las Primeras Naciones. Al contrario, docenas de comunidades indígenas enérgicamente se han opuesto. Los tribunales canadienses ya están repletos de casos contra los oleoductos, incluyendo casi una docena que tienen como blanco a Northern Gateway.

4. La acción climática está de regreso. Sí, los blancos en el acuerdo Estados Unidos-China son completamente inadecuados, y también lo es el dinero prometido a los países en desarrollo para financiamiento climático. Pero no hay duda de que el cambio climático está de nuevo en el escenario mundial, de una manera que no se había visto desde la fracasada cumbre de Copenhage, en 2009.

Ese es otro ataque contra la expansión sin control de las arenas bituminosas, porque esas minas son la principal razón detrás del estatus de Canadá como el mayor criminal climático del mundo, con emisiones casi 30 por ciento mayores de lo que deberían ser bajo el Protocolo de Kyoto. El primer ministro canadiense, Stephen Harper, se tomó a broma los compromisos internacionales de su país y la libró cuando otros gobiernos hacían lo mismo. Pero ahora que Estados Unidos, China y la Unión Europea al menos aparentan tomar en serio el cambio climático, el desafío de Canadá se ve inequívocamente canalla.

Es en este rápidamente cambiante contexto que Barack Obama debe tomar su decisión final acerca de Keystone. Un nervioso mercado lo observa en busca de una señal, no sólo sobre este proyecto, sino acerca del proyecto mucho mayor y relevante que está en la desembocadura de esa tubería. ¿Son las arenas bituminosas una oportunidad de negocios de largo plazo, un puerto seguro en el cual depositar cientos de miles de millones de dólares durante las próximas décadas? O, la idea de despellejar una enorme y hermosa franja de este continente para explotar una fuente energética que tenemos garantizado ayudará a cocinar el planeta, ¿fue simplemente una breve y estúpida locura, una pesadilla de la cual todos debemos despertar? Todos los ojos están sobre el presidente. ¿Sí o no?

Cualquiera de las dos que sea, Keystone importa.

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