viernes, 4 de abril de 2014

El "estado de bienestar" fue una golosina

El trabajo humano al servicio de la acumulación de capital es el motor del mundo. De ahí deriva el trabajo su fuerza, que es al mismo tiempo su debilidad.

La fuerza de los trabajadores está en la posibilidad (más bien teórica, hasta ahora) de controlar todo lo que se produce y sirve para la supervivencia de la especie. Esto es más cierto cuando el completo sistema mundo está ya enganchado al modo de producción capitalista.

Una huelga absolutamente general, mundial e indefinida (ahí es nada...) acabaría con el capitalismo... y con la mayor parte de nosotros, dependientes de suministros que sólo nos puede proporcionar un sistema de producción y distribución basado en el beneficio empresarial. Y esto es cierto incluso en los países llamados socialistas, siempre acoplados a intercambios de escala mundial.

Esa es la debilidad de los trabajadores, que únicamente a una escala menor y en áreas y países concretos, y por tiempo limitado, han podido articular sus luchas, que pasan siempre por la aceptación de mejoras que no los desacoplan del sistema.

Dentro de esta lógica de la acumulación de capital, la satisfacción de necesidades se vincula siempre a su continuo crecimiento (de ambas cosas: capital y necesidades). Los países desarrollados (sus dueños, en realidad) no se plantean dejar de crecer, porque el crecimiento cero del capital lo lleva a la inactividad, y la máquina se para literalmente. Los países atrasados, incluso los que se liberan de yugos coloniales o de sus clases dominantes, precisan también crecer, para atender necesidades urgentes y acercarse siquiera al nivel de los primeros.

Y encuentran el medio en intercambios desequilibrados. Se ven forzados al monocultivo, o al extractivismo, para financiarse y adquirir bienes de equipo que los hagan salir de la pobreza y de la dependencia. Circulo vicioso. Como ocurre a los trabajadores, para salir de la dependencia dependen del que los mantiene en ella.

Este caso nos da la clave del asunto. Desde las revoluciones socialistas del siglo pasado se intenta salir de la explotación a través de nueva explotación, sea del trabajo (a la escala del sistema-empresa) o de la naturaleza, y otra vez del trabajo, en el sistema-mundo. Naturalmente, esto desanima a los actores de las transformaciones, que pueden desilusionarse y renunciar a su fuerza transformadora, o incluso dar media vuelta y lanzarse a posturas claramente reaccionarias. Ejemplos no faltan.

La acumulación constante inherente al sistema se topa contra límites naturales. Entonces para satisfacer sus expectativas y las de sus asalariados intenta superarlos produciendo más. Para aumentar la productividad tiene tres vías:
  • La intensificación tecnológica
  • La intensificación de la explotación del trabajo
  • La intensificación de la explotación de la naturaleza
Todas ellas tienen límites.

La tecnología no es todopoderosa, como se nos quiere hacer creer, por razones que entenderá todo el que sepa algo de termodinámica: porque para organizar un subsistema, por más tecnología que se utilice, se requiere desorganizar, en una medida nunca menor, el exterior, esto es, el resto del sistema. 

La explotación del trabajo encuentra dos tipos de límites. En primer lugar, los límites físicos, el del esfuerzo humano y el de la jornada laboral. En segundo lugar, la resistencia del trabajador a aceptar cualquier condición en el trabajo, que se manifiesta sobre todo cuando hay demanda de fuerza laboral, y pierde fuerza en condiciones de alto desempleo.

La explotación de la naturaleza: hasta aquí hemos llegado. Este sí que es el último límite no traspasable. Los recursos decrecientes y en curso de agotamiento en un plazo no muy largo empiezan a cerrar esta vía.

La competencia entre los capitalistas conduce a la concentración, y a un poder creciente de los que lo concentran. Unamos ese poder al ansia por obtener lo que ya no pueden lograr. Lucha de todos contra todos. Competencia despiadada, sin pararse en barras, entre ellos, y búsqueda de todas las intensificaciones. Tanto para avanzar en la tecnología como en la explotación de los recursos menguantes necesitan fuerza de trabajo. Y recurren sin más a todos los modos de intensificar la explotación laboral.

Esto no es de ahora. La situación crítica se dio ya en otros tiempos. En el siglo XX, el fascismo, lejos de ser una aberración ajena al sistema, era funcional al mismo. Bastará esta cita desmitificadora de uno de los paladines del liberalismo para comprobarlo. La extraigo de este artículo sobre el Estado de bienestar:
El 20 de enero de 1927, durante una visita a Roma, el entonces conservador y autodeclarado "constitucionalista y antisocialista" Winston Churchill declaró que si él hubiera sido italiano se habría unido a Mussolini, y continuó: "Agregaré una palabra sobre el aspecto internacional del fascismo. Externamente su movimiento ha rendido un servicio al mundo entero... (...) ...Italia ha demostrado que hay maneras de luchar contra las fuerzas subversivas, maneras que pueden llevar las masas populares, propiamente dirigidas, a apreciar y defender el honor y la estabilidad de una sociedad civilizada. Ha previsto el antídoto necesario al veneno ruso. De ahora en adelante, ninguna gran nación estará desprovista de un último medio de protección contra el crecimiento canceroso del bolchevismo". (citado en The Menace of Fascism). Alrededor de esas fechas, Churchill sugirió ametrallar a huelguistas como manera práctica de terminar la huelga. Aun tan tarde como en 1938, en vísperas del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Churchill declaró que si alguna vez Inglaterra llegara a tener los mismos problemas que Alemania de postguerra, él esperaba que llegara a encontrar su "Sr Hitler"(12) amenazando las concepciones del estado liberal y la democracia, lo que a su vez amenazó la estabilidad mundial, culminando en la Segunda Guerra Mundial (1939).
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(12) "Si nuestro país fuera derrotado, desearía que encontráramos un campeón tan indomable como el señor Hitler para restaurar nuestro coraje y conducirnos otra vez al lugar que nos corresponde entre las naciones". Winston Churchill: Step by Step 1936-1939. Editorial: Thornton Butterworth, London, 1939
No está de más recordar un poco quien fue este señor Churchill. Algunos se escandalizarán si se le dice que este gran paladin de las libertades (del liberalismo, en verdad) fue un monstruo al servicio de su imperio. De cualquiera, si se lo propone, puede el "dueño del adjetivo" hacer un héroe, y aún una buena persona. Me acuerdo ahora de Franco, aquel abuelito bonachón...

Sirva esto para mostrar que cuando el capital se ve acorralado por la falta de su alimento natural recurre a todo, y el que quiera ver puede comprobarlo sin más que hacer una lectura crítica de lo que pasa alrededor. Tanto en esta España de los conflictos como en la Europa de la desigualdad creciente o en el mundo esquilmado y sistemáticamnete destruido, país tras país.

El fascismo es el "tarifador de último recurso" en caso de que falte otra salida a los dueños del capital. La "democracia" fue un logro del pueblo. Usurpado por los poderes reales, es un espantajo, un señuelo que se emplea para asustar con las "dictaduras", definidas siempre en función del peligro que representen para ellos. 

Cuando existió una posible competencia de otros modos de producir y de vivir, la "democracia" y el "estado de bienestar" se utilizaron para crear un escaparate que encubría la explotación. Que nunca cesó, sobre todo en la periferia del sistema.

Ahora se da una doble circunstancia. Por un lado el miedo al peligro comunista aparece conjurado (¿o tal vez no tanto?). Por otro, la necesidad de incrementar la explotación de los utilizables, a la que se excluye a los inservibles, es evidente. Así podrán exprimir las últimas gotas del planeta-limón.

Vean los incrédulos las perspectivas sombrías de la Teoría de Olduvai, y si les quedan dudas sobre las capacidades para adaptar las creencias a los intereses y sobre la capacidad de engaño (y de autoengaño) de los seres humanos, vean estas Críticas y posturas ante la teoría, e intenten averiguar los intereses variopintos que (apenas) oculta cada una.

¿Hay alternativas? esperemos que sí, y pongamos para ello algo de nuestra parte. Desde luego, no hay ninguna salida dentro del actual capitalismo.

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