domingo, 23 de marzo de 2014

Sentido amplio y sentido estricto

El artículo que reproduzco más abajo es una protesta contra los biempensantes que, en nombre de la puntillosa definición de los conceptos en "sentido estricto", definen el fascismo (y yo añado comparativamente el comunismo) como objetos históricamente situados en un tiempo pasado, embalsamados en él, irrepetibles y de nefando recuerdo.

La polisemia juega malas pasadas a los ingenuos. Por escrúpulos de precisión unas veces, otras con mala intención, se usan los términos de una u otra forma, y a veces las definiciones se mezclan confusamente.

En lo que se refiere al término comunismo, los significados de la palabra oscilan entre del sentido más general y el que más estrictamente cristaliza en los sistemas de corte soviético, lo que es algo así como hipostasiar a todos los Manolos del mundo en el personaje de Manolo el del bombo.

Comunismo, como mínimo, puede significar:
  • Una sociedad ideal que míticamente existió alguna vez, o que llegará a existir algún día. 
  • Una sociedad real e imperfecta, que fracasó y no puede volver nunca más. 
  • Una práctica emancipatoria, un movimiento real encaminado a superar la sociedad capitalista.
En este último sentido lo usan Marx y Engels en La Ideología Alemana:
 “Para nosotros el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.”
Este tercer significado es el más interesante, si se lo enlaza como aspiración con el primero.

He aqui, aquí y aquí algunas definiciones. Pese a la intención de objetividad, al final suele haber un deslizamiento hacia el segundo significado, puesto que es el único históricamente realizado en sociedades modernas y en gran escala.

El resultado ideológico y socialmente eficaz en el contexto de las sociedades actuales es desprestigiar el término, inutilizándolo casi en la mayoría de las mentes, al subsumir todos sus posibles significados en uno previa y concienzudamente demonizado.

Este mismo deslizamiento hacia lo histórico concreto, y con eficacia probada, ocurre con el término fascismo, cuando se lo restringe para definir a los regímenes autodenominados totalitarios de la primera mitad del siglo XX, igualmente demonizados.

Pero si en relación al comunismo el sentido estricto envuelve al sentido amplio hasta invisibilizarlo, para el fascismo lo que se pretende, y a menudo se consigue, es aislar el sentido estricto para negar la posibilidad de englobarlo en un sentido más amplio.

Recordemos alguas definiciones de fascismo, para detenernos en algunas características del fascismo histórico, en boca de algunos de sus protagonistas:

Ramiro Ledesma Ramos consderaba estos dos factores:
  1. Su tendencia al descubrimiento jurídico-político de un Estado nuevo, con la pretensión histórica de que ese Estado signifique, para el espíritu y las necesidades de la época, lo que el Estado liberal-parlamentario significó en todo el siglo XIX, hasta la Gran guerra.
  2. Su estrategia de lucha contra una fuerza social -el marxismo, el partido clasista de los proletarios-, venciéndola revolucionariamente, y sustituyéndola en la ilusión y en el entusiasmo de las masas...
Y consideraba estas determinantes del fascismo como fenómeno mundial:
  1. La Patria es la categoría histórica y social más firme. Y el culto a la Patria, el impulso creador más vigoroso.
  2. El Estado liberal-parlamentario no es ya el Estado nacional. Las instituciones demoburguesas viven al margen del interés de la Patria y del interés del pueblo. No representan ni interpretan ese interés.
  3. La oposición a la democracia burguesa y parlamentaria es la oposición a los poderes feudalistas de la sociedad actual.
  4. El marxismo es la solución bestial, antinacional y antihumana que representa el clasismo proletario para resolver los evidentes problemas e injusticias, propias del régimen capitalista. La primera incompatibilidad de tipo irresoluble del fascismo se manifiesta frente a los marxistas. Tan irresoluble, que sólo la violencia más implacable es una solución.
  5. Desde el momento en que el fascismo no es un producto de los sectores más conformistas de la sociedad, es decir, de los grupos más satisfechos y partidarios de la actual ordenación económica y política, su régimen y su victoria implican, necesariamente, grandes transformaciones revolucionarias.
  6. El fascismo busca un nuevo sentido de la autoridad, de la disciplina y de la violencia. Respecto a la autoridad, vinculándola en jefes verdaderos. Respecto a la disciplina, convirtiéndola en liberación, en eficacia y en grandeza del hombre.
Y para José Antonio Primo de Rivera:
El fascismo no es una táctica: la violencia. Es una idea: la unidad. Frente al marxismo, que afirma como dogma la lucha de clases, y frente al liberalismo, que exige como mecánica la lucha de partidos, el fascismo sostiene que hay algo sobre los partidos y sobre las clases, algo de naturaleza permanente, trascendente, suprema: la unidad histórica llamada Patria. La Patria, que no es meramente el territorio donde se despedazan aunque sólo sea con las armas de la injuria varios partidos rivales ganosos todos del Poder. Ni el campo indiferente en que se desarrolla la eterna pugna entre la burguesía, que trata de explotar a un proletariado, y un proletariado, que trata de tiranizar a una burguesía. Sino la unidad entrañable de todos al servicio de una misión histórica, de un supremo destino común, que asigna a cada cual su tarea, sus derechos y sus sacrificios.
Se presenta el fascismo como enemigo del liberalismo y del marxismo. Como una vía diferente de liberación. La liberación por la violencia y en nombre de una entidad tan evanescente, cambiante y conflictiva como un destino común cristalizado en la Patria. Como hay muchas patrias, y como alguien dijo "el amor a la patria es ante todo odio hacia la de los demás", es un movimiento que, de triunfar universalmente, se traduciría en una lucha universal de patrias. ¿No es esto lo que vemos en los exclusivismos que repudian al extranjero, en especial al inmigrante pobre, pero no al inversor que trae el maná?

El fascismo disciplina a los nacionales, encuadrando a los trabajadores para que asuman sus sacrificios en nombre de una unidad de clases opuestas y una oposición de clases afines.

Si se presenta como liberador frente al liberalismo, ¿por qué su mayor enemigo es un movimiento como el marxismo? Sin embargo, recibe apoyos del capital y del imperialismo. ¡Cosa más rara! ¡Me lo expliquen!

El fascismo prolifera cuando la vía liberal se agota, cuando el sistema ya no puede continuar por la vía de su crecimiento, de su acumulación, para ofrecer una vía alternativa autoritaria. Es cierto que un fascista es, antes que nada un burgués asustado.






Rebelión


Alguien de puntillosa índole y probada buena fe me advierte de que quizás algunos analistas pequen de reduccionismo o, al menos, de falta de tino propagandístico al motejar de fascistas a los opositores belígeros de Ucrania y Venezuela -radicales suele nombrarlos Occidente-, pues, señala, el término posee otra connotación histórica y, además, podría estar definitivamente pasado de moda en un mundo donde, tal apunta Jesse Myerson (insurgente.org), en la conciencia común se enraíza una visión del capitalismo como promotor de la individualidad, hiperestésico ante la uniformidad, respetuoso de los derechos humanos y abanderado de un libre intercambio exento de la violencia de Estado.

Bienvenida la duda como partera de lo nuevo, me digo, y ante cualquier exaltado impugnador de tamaña ingenuidad, justifico la preocupación vertida en voz alta ya que, siguiendo a Antonio Gramsci -citado por Rigoberto Pupo en el número 15 de la revista Marx Ahora-, 
"hay que destruir el prejuicio muy difundido de que la filosofía es algo muy difícil por el hecho de que es la actividad intelectual propia de una determinada categoría de científicos especialistas o de filósofos profesionales y sistemáticos".
O sea que mi "diletante" amigo -faltaba más- tiene la prerrogativa de meditar y pronunciarse soberanamente sobre lo humano y lo divino, entre otros motivos por andar impregnado de (respirando una) "filosofía espontánea", cobijada: 
"1) en el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y de conceptos determinados y no solo de palabras gramaticalmente vacías de contenido;
2) en el sentido común y buen sentido;
3) en la religión popular y por lo tanto en todo sistema de creencias, supersticiones, opiniones, modos de ver y actuar que se revelan en aquello que generalmente se llama 'folklore'".

Sí, enhorabuena la hesitación. Pero sobre todo porque me ofrece pábulo para, a despecho del fraterno contradictor, reafirmar el calificativo -fascistas, caramba-, tomando en cuenta, en un rimero de argumentos, la perogrullada de que la vida rezuma (está hecha de) identidad y diferencias. Y por estas, las diferencias, se puede convenir con el gran marxista italiano en que la filosofía como búsqueda de esencias, mirada más allá de las apariencias, resulta precisamente 
"la crítica y la superación de la religión y del sentido común y en ese sentido coincide con el 'buen sentido' que se contrapone al sentido común".
En este caso, al sentido común de una época en que la búsqueda de la globalización del neoliberalismo incorpora en calidad de arma la parcelación -"¡abajo el pensamiento integrador!", claman algunos; "¡abajo los metarrelatos!", plañen; "¡abajo el marxismo!", patalean-, práctica que, según Arturo R. Roig (el mismo número de Marx Ahora), se aprecia en dos ejemplos lamentables. En uno de ellos se proclama que
"en términos generales, la postmodernidad se ha ido configurando en nuestro discurso por los siguientes rasgos:
  • mentalidad pragmático-operacional
  • visión fragmentada de la realidad
  • antropocentrismo relativizador
  • atomismo social
  • hedonismo
  • renuncia al compromiso
  • desenganche institucional a todos los niveles: político-ideológico, religioso, familiar, etc. 
Todo ello es -se concluye diciendo- en alguna medida consecuencia de la derrota del ideal del racionalismo iluminista o científico-positivista unificadores del proyecto moderno".
Por otra parte, el "dogma del estallido de las totalidades" -denominación de Beatriz Sarlo- deriva en el absurdo radical. En un texto de Gilles Lipovetsky, citado por Roig, campea no un inmoralismo en son de oposición a las moralidades vigentes, sino de actitud de completa indiferencia, de plena inmoralidad.
"En la era de lo especular, las antinomias duras, las de lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, lo real y la ilusión, el sentido y el sinsentido se esfuman, los antagonismos se vuelven flotantes, se empieza a comprender, mal que les pese a nuestros metafísicos y antimetafísicos, que ya es posible vivir sin objetivo, sin sentido... la propia necesidad de sentido ha sido barrida y la existencia indiferente, puede desplegarse sin patetismo ni abismo..."
A estas alturas, preguntémonos si la cuestión inicial, la de la pregonada barrida del racionalismo iluminista, no representa una "racionalidad" conveniente al poder financiero del Primer Mundo para saquear a los pueblos del Sur e incluso destruir la naturaleza, en aras de una fatal maximización de las ganancias, en andas de un cortoplacismo funesto. Y ¿a quién conviene la proclamada apatía? Converjamos con el amigo avizor en que el calificativo fascista está decididamente fuera de moda... pero solo para los portadores de los intereses creados y algún que otro desprevenido.
 

¿Miopes o renuentes?

Para aquellos que no perciben, o no quieren percibir, lo que el sociólogo Boaventura de Sousa Santos explica con meridiana claridad:
"El capitalismo sólo se siente seguro si es gobernado por quien tiene capital o se identifica con sus 'necesidades`, mientras que la democracia es idealmente el gobierno de las mayorías que no tienen capital ni razones para identificarse con las `necesidades` del capitalismo, sino todo lo contrario. El conflicto es, en el fondo, un conflicto de clases, pues las clases que se identifican con las necesidades del capitalismo (básicamente, la burguesía) son minoritarias en relación con las clases que tienen otros intereses, cuya satisfacción colisiona con las necesidades del capitalismo (clases medias, trabajadores y clases populares en general).

"Al ser un conflicto de clases, se presenta social y políticamente como un conflicto distributivo: por un lado, la pulsión por la acumulación y la concentración de riqueza por parte de los capitalistas, y, por otro lado, la reivindicación de la redistribución de la riqueza generada en gran parte por los trabajadores y sus familias. La burguesía siempre ha tenido pavor a que las mayorías pobres tomen el poder y ha usado el poder político que le concedieron las revoluciones del siglo XIX para impedir que eso ocurra. Ha concebido a la democracia liberal de modo de garantizar eso mismo a través de medidas que cambiaron con el tiempo, pero mantuvieron su objetivo: restricciones al sufragio, primacía absoluta del derecho de propiedad individual, sistema político y electoral con múltiples válvulas de seguridad, represión violenta de la actividad política fuera de las instituciones, corrupción de los políticos, legalización del lobby... Y siempre que la democracia se mostró disfuncional, se mantuvo abierta la posibilidad del recurso a la dictadura, algo que sucedió muchas veces." 
¿No es este "recurso del método" el que anda aplicando la oligarquía venezolana con su golpe dizque blando? ¿Acaso esa porción de la oligarquía ucraniana que detenta hoy el poder no se muestra desenvueltamente xenófoba, antisemita, anticomunista? No, cualquier parecido no es mera coincidencia. En puridad, ni el término puede pasar de moda, ni empleándolo nos despeñamos en el reduccionismo. El fenómeno que designa no se ha difuminado en el turbión de la historia. Entonces, califiquémoslo sin vergonzantes actitudes ni melindrosa oratoria. Con más vigor, después de leer a -y comulgar con- Pancho Fonseca, en CanariasSemanal.org:
"El fascismo, más que una corriente ideológica sensu estricto, es sobre todo una forma de actuación violenta y de respuesta primitiva que se nutre de los más irracionales y perversos instintos de los seres humanos. Sus mecanismos de actuación son deliberadamente estimulados por los grupos del poder político o económico cuando la defensa de sus intereses así lo requiera. Pero los huevos de la poderosa serpiente del fascismo permanecen siempre incubados en sociedades como las nuestras, en las que el culto a lo individual predomina sobre la dimensión de lo colectivo. Conveniente sería no olvidarlo, particularmente en un país como el nuestro, donde la anaconda del fascismo bebe de las mismas ubres del Estado, y donde durante los últimos treinta y cinco años se ha educado a las jóvenes generaciones en la interpretación del fenómeno del fascismo como `una corriente ideológica tan digna de respeto como todas las demás`".
¿Digna de respeto? Claro, para el capitalismo, que nunca ha sido enemigo verdadero del engendro. Solo que el italiano y el germano, de tan nacionalistas, se erigían en un peligro para la expansión global del capital. No en vano hubo que cerrar filas, incluso con ese "imperio del mal" que constituían los soviéticos. Mas ahora el fascismo sirve a intereses globales. Conforme a Ángeles Diez, en la digital Rebelión, se torna cosmopolita, y se trueca en un ariete ideal para la continuidad del sistema único.
"Parece como si desde las instancias de poder se contemplara esta opción ideológica como la mejor para acabar con la democracia en aquellos países en los que sus poblaciones hayan elegido inadecuadamente. Presentado como un movimiento de masas y desprovisto de rasgos ideológicos que pudieran ser rechazados por la opinión pública internacional, asimismo tratarán de justificar las imágenes de violencia como algo inevitable dada la represión gubernamental."
Y vendrán las élites a justificarse. Y se irán los incautos tras el canto de sirenas. Y hasta llegará algún que otro amigo de índole puntillosa y probada buena fe, transpirando ingenuidad, a rogarnos que adaptemos el lenguaje a los tiempos, como si los tiempos hubieran variado para bien. Que no pequemos de reduccionistas, como si el fenómeno hubiera desaparecido de una "santísima" trinidad cuyas dos últimas personas "divinas", la democracia liberal y el fascismo, se prodigan en apuntalar a la primera. ¿Cuál es ella? ¿Habrá que nombrar al capitalismo?

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