martes, 4 de febrero de 2014

Ideas de nación para internacionalistas



(O con expresión más altisonante, para ciudadanos del mundo)

Este mapa, que no deja de ser esquemático, porque las manchas de color habrían de ser necesariamente difusas y mucho más matizadas, expresa la imposibilidad de identificar las fronteras heredadas de la historia entre comunidades, que obedecen a divisiones administrativas de origen diverso, con las etnolingüísticas a las que en el fondo apelan los nacionalistas. Problema insoluble, salvo crueles limpiezas étnicas y desplazamientos de pueblos como los que hemos visto y por desgracia seguimos viendo. Lo normal debería ser la diferencia sin opresión ni discriminación, salvo las discriminaciones positivas que deban favorecer a minorías desprotegidas...






Al hablar de religiones o ideologías nos movemos por un campo minado. Por temor a prejuicios, ajenos o propios, por la sensación de que se ataca algo muy íntimo y se puede ofender sin intención, por miedo a provocar hostilidad, a ser considerado enemigo. A veces, enemigo solamente por no ser amigo incondicional.
Hay temas con profunda carga sentimental. Se habla de ellos con un interlocutor que “es otro”, un otro. Podremos compartir muchas ideas, pero no todos los sentimientos. Y sin sentimientos la razón es un motor sin combustible.
Nación es una raíz profunda, y el desarraigo es insoportable. Desarraigado es el que vive al margen del medio en el que se mueve, sin lazos que le unan a él. Nadie lo puede ser de modo absoluto, y todos pertenecemos, al menos, a una nación.
Frente al estado, que es una noción objetiva, la nación, aunque tiene fundamentos bien objetivos, es una subjetividad. Una subjetividad compartida.
Pero es difícil ponerse de acuerdo en qué es lo que constituye una nación, y de la tendencia a identificarla con un estado, al menos tendencialmente, nacen los conflictos nacionalistas. Tanto el nacionalismo “de gran potencia” como el irredentismo de las naciones sin estado.
He aquí tres definiciones de diccionario, que trataré luego de someter a crítica:
1. s.f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.
2. s.f. Territorio de ese país.
3. s.f. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.
El diccionario es siempre, como el idioma que pretende fijar, hijo de la historia y sus avatares. Así, la primera definición se relaciona con la autoridad de un estado. Con ella sería nación cualquier imperio del pasado. La segunda, basada en el territorio, la establece igualmente por sus fronteras sobre un mapa.
La tercera parece más natural, menos condicionada por la historia reciente de los estados modernos, que aspiran a ser nación del mismo modo que las naciones aspiran a ser estado. Aunque adquiere un carácter demasiado racial al exigir “un origen común” que raramente es cierto, porque las naciones han sido siempre construidas, en algún momento de su historia, por mezclas espontáneas o forzadas de otros pueblos.
La palabra nación viene de nacer. Sería el lugar donde se nace. Pero hay dos objeciones importantes. La primera es que se es más de la nación en que uno crece y se desarrolla que del lugar físico en que por azar vino al mundo. La segunda, y la prueba de lo que acabo de decir, es que “lugar” no es necesariamente un espacio geográfico, sino que con mucha más propiedad es un espacio social, un “seno” que nos acoge y en el que crecemos. Nacemos en una familia, en una clase social, en un territorio también, en un pueblo con una lengua y costumbres. Nacemos o los adoptamos, libremente o a la fuerza.
Dada esta realidad compleja, y el desarrollo histórico de las naciones, las varias interpretaciones posibles se entremezclan y chocan entre sí.
Simplificando mucho, las naciones se han construido sobre bases étnicas y lingüísticas, geográficas, de casta, de clase…
Una tribu nómada guerrera, una horda, pudo construir una nación si ese grupo invasor dominó a otras poblaciones y llegó a unificarlas organizando un sociedad en torno a una casta. Con el tiempo se produce cierta homogeneidad, y hasta se olvida el origen diferente. Pero la nación resultante sigue siendo una sociedad estratificada. Es un fenómeno inexorable que a la larga se unifiquen “por arriba” los grupos dominantes de las sociedades originales, y “por abajo” las clases sometidas. Las castas devienen en clases sociales.
Se constituyen así verdaderos estados con vocación de ser naciones y se crea, literalmente, una conciencia nacional. La intención más o menos explícita es diáfana en el caso de la España de Franco, en la que había una asignatura, en el diseño curricular de todos los niveles educativos, titulada “Formación del Espíritu Nacional” con total franqueza (y oportuna es la palabra, aunque Franco casi nunca fuera franco).
Sea el proceso lento y la memoria corta, sea feroz y la desmemoria intensa, se construye un imaginario colectivo basado en la ideología patriótica, que una vez consolidada en sus aspectos lingüísticos y culturales es un cemento importante para la “patria”, completado con los mitos fundacionales, por lo general más imaginarios que reales. Y falsificaciones de la historia (¿hubo alguna vez una batalla de Clavijo?).
Los conflictos entre esas “patrias”, que llegan a objetivar la idea subjetiva de comunidad por encima de las diferencias reales de clase social, enmascaran y ocultan la lucha de clases que existe por debajo de esa exaltación nacional, aunque nunca la anule por completo.
En ocasiones, son las revoluciones y las clases sociales que se imponen en ellas quienes crean un nuevo sentimiento nacional, especialmente si son sometidas a cerco y acoso. El gran nacionalismo francés, que eclipsa a los nacionalismos internos, es fruto de la Revolución Francesa, y la “Patria Soviética” fue el resultado de las guerras impuestas por el cerco de las potencias capitalistas.
A mi forma de ver hay tres modos de entender la nación:
1.    La nación como grupo de intereses comunes de una casta o clase dominante.
2.    La nación como territorio surgido de la ocupación prolongada de un país por una población estabilizada.
3.    La nación como comunidad de cultura, lengua o costumbres comunes.
Del primero hay ejemplos de dos tipos: un grupo invasor que se asienta en un territorio y somete a otra población a la que niega el status ciudadano pleno (Israel como “estado judío”, con pretensiones de representar a una “nación judía”, que lo sería en el tercer sentido), o una clase dominante (“burguesía nacional”) que defiende unas fronteras rivalizando con otras clases dominantes: sus conflictos de intereses se mimetizan fácilmente como conflictos nacionales.
Las guerras entre potencias imperialistas han arrastrado innumerables veces a las poblaciones a enfrentamientos “contra natura”. Sobran ejemplos.
El segundo modo, la nación como territorio, es la vocación de cualquier estado para afirmar su espacio. Generalmente es un constructo, pues rara vez su límites separan a poblaciones bien diferenciadas. Pero el mapa se introduce en la mente de los habitantes. Los estados y sus divisiones administrativas son espacios reales de convivencia, por más que sea forzosa. “Patriotismos” municipales, provinciales y de las comunidades autónomas, tan recientes y a veces artificiales, surgidas del estado autonómico español. Recientes pero relativamente consolidadas.
A mi entender, la tercera definición es la más correcta, pero choca con esa ya aludida voluntad del estado de convertirse en nación, y de la nación de constituirse en estado.
Todas estas distinciones se dan en el seno de la desigualdad entre pueblos y clases sociales. Las clases dominantes diferenciadas, en territorios de características diferenciales, tienden de por sí a establecer sus espacios naturales de convivencia. Son sus cotos de caza. Las naciones son mucho más difíciles de encerrar en esos límites. Nunca ha sido posible hacerlo completamente, y mucho menos en estos tiempos de movilidad laboral acrecentada precisamente por la desigualdad.
La tentación nacionalista, aunque hoy está sometida a una globalización que borra fronteras, es natural en las burguesías, pero puede calar en pueblos que se sienten explotados y que encuentran en ella unas señas de identidad que les ayudan a unirse. Legítima pretensión si tiende a mejorar su situación, pero nunca si se traduce en que “otros más pobres viven a nuestra costa”. La izquierda no puede tolerar esta idea aunque se disfrace de emancipación. Porque de un “socialismo nacional” a un “nacionalsocialismo” la distancia es mínima.
En una sociedad sin clases, en que “la igualdad ley ha de ser”, la organización territorial necesariamente nítida puede superponerse a unas naciones de fronteras difusas (como ocurre en realidad), en unos estados plurinacionales, en que todas las culturas, lenguas y costumbres puedan superponerse (como ocurre en realidad) sin estorbarse (como debería ocurrir) en todo su territorio. Mi formulación sería una “república federal solidaria”, plurinacional y pluricultural, pero como el nombre no hace a la cosa, me daría igual que se articulase como “estados unidos”, como “comunidad de naciones” o con otra formulación.
Pero eso sí: la organización que nos demos, a cualquier escala de las unidades administrativas, federadas o “como se llamen” debe velar por la igualdad de derechos de las personas. Derechos humanos, sean “de primera, segunda o tercera generación”. Los proclamaba (con la boca chica, como se ha visto) esta “moribunda constitución”, y son, sin ánimo exhaustivo: a un trabajo digno con un salario digno, a una vivienda digna, a la atención sanitaria completa y universal, a la educación libre y gratuita. A la protección social, en suma.
No está de más recordar el proyecto que representaba el PSUC:es catalán quien vive y trabaja en Catalunya”.
Entendiendo la justa idea que encierra esto, yo lo reformularía de otro modo: “es catalán (o andaluz, gallego, etc) quien quiera serlo, viva donde viva, y tiene en todo el territorio los mismos derechos, incluidos los de respeto a su cultura, derecho a expresarse en la lengua de su elección y condiciones de vida equivalentes, sin perjuicio de la discriminación positiva que puede y debe ejercerse para la protección real de las minorías discriminadas (mujeres, niños, ancianos, inmigrantes, grupos étnicos, lingüísticos, culturales y un largo etcétera)”.


Juan José Guirado

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