martes, 25 de junio de 2013

Adiós a las cosas. Tiempo, tecnología, capitalismo


En otro momento reflexionaba sobre el tiempo. La distinta velocidad de los fenómenos, al entrelazarse continuamente, hace imposible la vuelta atrás. Todo regreso al pasado es una ilusión. El retraso de los efectos respecto a sus causas se hace más evidente en los procesos rápidos, en los que aumenta la distancia temporal relativa entre acción y reacción.

Todo equilibrio dinámico es contradictoriamente desequilibrado.

La historia se acelera. Los progresos materiales se acumulan. La obsolescencia programada hace que los objetos nazcan viejos. Gran problema para el capital, que se las ve y se las desea para amortizar cualquier novedad, atropellada por otra más reciente.

Pero la mente humana tiene sus propios tiempos. Si los ordenadores son más y más rápidos, nuestro cerebro lleva miles de años funcionando a la misma velocidad. Las ideas tienen su propio ambiente, se desarrollan despacio en un medio social, se modifican lentamente, cuando llegan a hacerlo, y, por más que les pese a los forofos de las redes sociales, un substrato profundo (profundamente reaccionario, remacharía) tiende a permanecer.

Por eso tantas veces la solución llega tarde, y la reflexión también. Viejas ideas renacen, algunas muy alarmantes, en medio del caos.

Tras la resaca terrible de la guerra europea, en pleno ascenso del fascismo italiano, el escéptico Mario Mariani escribió "Las meditaciones de un loco". No es extraño que se trate de un libro pesimista:
«En los períodos de cansancio, cuando no se tiene potencia para hacer nada nuevo, revuelven los escombros de las demoliciones para extraer los viejos ídolos, Y los desempolvan. E insultan a quien, luego de haberlos derribado, no quiere adorarlos de nuevo y arrodillarse ante ellos».
Estos tiempos nuevos no deberían ser pesimistas, pero son alarmantes. En medio del caos acelerado, "pescadores en río revuelto" (me suena a lenguaje del franquismo, pero ¡qué le vamos a hacer!) se cuelan en la indignación de las masas. Se requiere un gran esfuerzo educativo, ideológico, para que no se lleven el gato al agua (vaya, vuelve a sonarme a franquismo, ahora televisivo).

Llegamos al fin de la huída hacia delante del capitalismo. La contracción llega tras la expansión. En una sociedad compleja y convulsa, analizamos con la mente revuelta, igualmente complicada. Poco coherente la de la mayoría, porque las lentas certezas de épocas más estables se han roto.

Más urgente que nunca es la lenta labor de convencer. Paradoja: hay que construir el embalse en medio de la inundación.

La alegórica caída del muro (ya no muy sólido, y socavado desde dentro y desde fuera) no era la consolidación del sistema antagonista, sino el primer aviso de una ruina más general. Tras las felices expectativas nunca cumplidas vino un período relativamente largo (bueno, no tan largo) mitad de optimismo, mitad de apatía. En algún momento la insatisfacción estalla en movimientos que en principio comparten el malestar y poco más. Si no cristalizan en proyectos sólidos de futuro, lo harán en adoración de viejos ídolos.

Es exagerado identificar entre sí todos los movimientos, y hacerlo puede aumentar la confusión. Las "revoluciones de colores", las "primaveras árabes", diferentes en cada lugar, la actual revuelta turca, o la no menos sorprendente de Brasil, ni son uniformes ni expresan los mismos estados sociales, ni mentales. Sin embargo, en todos los casos expresan anhelos insatisfechos, esperanzas, impaciencias. Juegan en medio de la lucha de clases y de la geopolítica mundial. La resultante suele ser una mezcla revolucionaria y reaccionaria, difíciles de separar.

La sociedad es fluida, pero con alta viscosidad. Otra vez la distancia entre la velocidad de la causa y su efecto retardado:
«Cabe señalar que la viscosidad sólo se manifiesta en fluidos en movimiento, ya que cuando el fluido está en reposo adopta una forma tal en la que no actúan las fuerzas tangenciales que no puede resistir. Es por ello por lo que llenado un recipiente con un líquido, la superficie del mismo permanece plana, es decir, perpendicular a la única fuerza que actúa en ese momento, la gravedad, sin existir por tanto componente tangencial alguna».
De modo fragmentario, la conjugación de tiempos lentos y rápidos, de prisas y de pausas, empieza a formar parte del sentir general. Dejo aquí algunos cascotes de unos edificios interesantes por sí mismos:

Sobre la aceleración del tiempo (time is money, of course!):

Tiempo, tecnología, capitalismo
Adiós a las cosas
El capitalismo es sobre todo una lucha contra el Tiempo; una lucha paradójica, pues en realidad, como veremos enseguida, nos disuelve para siempre en su flujo biológico. Si lo definimos, siguiendo a Marx, como un sistema en el que toda la riqueza aparece, y sólo puede aparecer, como mercancía y en el que la fuerza de trabajo opera como la mercancía más valiosa, fuente de valorización de todas las otras mercancías, el capitalismo establece una relación orgánica sin precedentes entre trabajo, cuerpo y tiempo. Como sabemos, la explotación del trabajo y la acumulación ampliada de beneficios exige la fertilización del “plusvalor relativo” o, lo que es lo mismo, una ininterrumpida aceleración del tiempo, lo que sólo puede lograrse mediante una “permanente revolución tecnológica” de la producción. Las máquinas, cristalización de trabajo y del saber social, son la condición y la demanda de nuevas máquinas y, por tanto, de una nueva aceleración temporal. Cabe discutir mucho sin duda sobre la interdependencia ontológica entre el capitalismo y las sucesivas “revoluciones industriales”, pero nadie puede poner en cuestión el papel de estas últimas como motor íntimo de la hybris capitalista. No es posible pensar la mercantilización general ni la explotación ilimitada del trabajo humano -con sus “regresos” legales, éticos y sociales- sin este “progreso” tecnológico desencadenado que ha ido penetrando, como un quiste, todos los aspectos de la vida individual y colectiva.

Sobre los diferentes tiempos, sucesivamente retrasados, de la indignación, la protesta y su puesta en práctica como conciencia organizada:

Una entrevista a Santiago Alba Rico, a propósito de “Tiempo, tecnología, capitalismo”.
Rebelión
Tenemos -dice Christian Raimo- “un leninismo sin revolución”. ¿O será, al contrario, una revolución sin leninismo? El hecho de que me preguntes, Salvador, puede inducir la ilusión de que tengo más respuestas que tú, cuando es exactamente lo contrario. No sé. Conocemos muy bien al enemigo, pero muy mal nuestros propios recursos, que gestionamos sin duda mucho peor que los capitalistas los suyos. En todo caso, lo que demuestran los -por otra parte- muy esperanzadores movimientos populares de los últimos años (de las revoluciones árabes al 15-M, de Occupy Wall Street a las protestas turcas) es que hay mucho más malestar que conciencia y mucha más conciencia que organización. La expresión de este malestar ha sido tan inesperada como explosiva y además relativamente juiciosa, lo que revela la incapacidad de ese “dispositivo destituyente” para “formatear” completamente la memoria de las resistencias y desenraizar al “hombre común” chestertoniano. Pero esa expresión expresa no sólo malestar contra el capitalismo sino también contra todos los marcos de legitimidad política, tanto el de los vencedores como el de los perdedores, incluidos por supuesto los de los comunistas y los de las izquierdas en general. Creo que lo mejor que le puede pasar a la izquierda en estos momentos -lo más de izquierda que puede pasar- es que se vea obligada a participar en movimientos que no dirige ella, de los que no puede convertirse en “vanguardia”, pero en los que hace sin duda mucha falta. Seguir siendo “minoría” pero a la intemperie, lejos de sus capillas cerradas autocomplacientes, en medio de la gente, donde pueda contagiarse de realidad y, al mismo tiempo, contagiar discurso. No sé muy bien qué quiere decir esto, pero tengo la impresión de que si Lenin estuviese vivo, para poder ser Lenin, sería hoy antileninista.

Sobre el carácter polícromo y contradictorio de los movimientos. Muchas veces la satisfacción, siempre relativa, de necesidades perentorias hace aflorar otras necesidades y nuevas contradiciones pasan al primer plano. Esto es muy sano, y no sería problemático sin las interferencias y oportunidades que esto ofrece a actores más que dudosos, en medio de la lucha de clases nunca resuelta y la atenta mirada (y algo más que mirada) geoestratégica de águilas de cabeza blanca y buitres más o menos leonados.

Además, muchas veces el ascenso social a las "clases medias", sin una adecuada digestión ideológica, más que mover a continuar la lucha hace cambiar de bando a los favorecidos. No digo que sea el caso de Brasil, pero en las democracias parlamentarias la prosperidad mira casi siempre a la derecha.

Rebelión
El contenido fascista afloraba de un movimiento que era fuerte por su capacidad para discutir un tema sensible de un sistema injusto. Mientras entusiasmaba la posibilidad de un nuevo Brasil que en los últimos años no había salido a las calles, la izquierda se encontraba con una reacción que no quedaba claro si se trataba de una coincidencia incómoda o si era en sí misma una respuesta intolerante contra fuerzas de cambio que se habían liberado. Emir Sader, un conocido operador petista de las redes sociales, mostraba el desconcierto. A la mañana del jueves manifestó que ese día iría a las manifestaciones con su camiseta roja, como parte del movimiento de algunas bases del PT, y de las propias declaraciones de Dilma y Lula que saludaron las protestas del lunes. A la vuelta, escribía para sus contactos que “a partir de hoy, los que participen de estas manifestaciones estarán apoyando las hordas fascistas que quieren terminar con la democracia en Brasil”.

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