viernes, 8 de abril de 2011

La tragedia


George Steiner (1961). la tragedia griega frente a la visión del mundo judío

                En mi opinión toda concepción realista del teatro trágico debe tener como punto de partida el hecho de la catástrofe. Las tragedias terminan mal. El personaje trágico es destruido por fuerzas que no pueden ser entendidas del todo ni derrotadas por la prudencia racional. También esto es de importancia axial. Cuando las causas del desastre son temporales, cuando el conflicto puede ser resuelto con medios técnicos o sociales, entonces podemos contar con teatro dramático, pero no con la tragedia. Leyes de divorcio más flexibles no podrían modificar el destino de Agamenón; la psiquiatría social no es respuesta para Edipo. Pero las relaciones económicas más sensatas o mejores sistemas de cañerías pueden resolver algunas de las graves crisis que hay en los dramas de Ibsen. Conviene tener bien presente esta distinción. La tragedia es irreparable. No puede llevar a una compensación justa y material por lo padecido. Al final Job recibe el doble de asnas; y así tenía que ser, pues Dios había representado con él una parábola de la justicia. A Edipo no le devuelven la vista ni su cetro tebano. El teatro trágico nos afirma que las esferas de la razón, el orden y la justicia son terriblemente limitadas y que ningún progreso científico o técnico extenderá sus dominios. Fuera y dentro del hombre está l’autre, la “alteridad” del mundo. Llámesele como se prefiera: Dios escondido y maligno, destino ciego, tentaciones infernales o furia bestial de nuestra sangre animal. Nos aguarda emboscada en las encrucijadas. Se burla de nosotros y nos destruye. En unos pocos casos, nos lleva, después de la destrucción, a cierto reposo incomprensible[1].

 

George Steiner (1996). “Tragedia absoluta”


              De todos los géneros literarios occidentales, y éste es especial­mente occidental, el drama trágico es el que más difícilmente puede sepa­rarse de la religión. Lo poco que conocemos de sus orígenes nos pone en contacto con rituales y recintos sagrados. El contenido mítico que subyace al teatro trágico griego, en el neoclásico y en casi todo el producido en el siglo XX, se basa en encuentros con agentes sobrenaturales del destino, con visitaciones transcendentes, con intervenciones “no humanas” de or­den ambiguo o destructivo. El agnosticismo del drama shakesperiano con respecto a lo teológico y a lo metafísico es innegable. Como ya vimos, está relacionado con el modelo tragicómico. No obstante, en este punto la asunción de que el destino humano sufre limitaciones e interposiciones de un orden que va más allá de lo empírico y de lo racional es imperiosa. No puede haber un Hamlet sin el Fantasma, un Macbeth sin las Brujas. El mundo del Lear está materialmente atestado de fuerzas y agentes extraños al hombre[2].

[1] Cfr. G. Steiner (1961), The Death of Tragedy, New York, Knopf. Reeditado en Oxford University Press, 1981. Trad. esp. de E. L. Revol: La muerte de la tragedia, Caracas, Monte Avila, 1991, pág. 13.
[2] Cfr. G. Steiner (1996), “Tragedia absoluta”, Pasión intacta. Ensayos 1978-1995, Madrid, Siruela, 1997 (103-120); pág. cit. 113. La fecha de redacción de este artículo corresponde a 1994. Trad. esp. de M. Gutiérrez y E. Castejón.


Coincide en estos dos textos la afirmación de que la esencia de la tragedia es lo sobrehumano. No hay tragedia sin la presencia de fuerzas frente a las que no es posible la defensa, porque son incomprensibles para nuestra razón.
Esto incluye a los dioses del mundo griego, pero no al Dios judío, presentado como causa y fuente de la justicia, concepto que entra en el campo de la racionalidad; de manera que un mal llegado del Cielo o es en sí mismo una compensación, un castigo divino, o será compensado de alguna manera, en esta vida o en la otra. Y por la misma razón, tampoco sería tragedia la presentación en el teatro de una catástrofe natural, que pudiera haberse resuelto por medios técnicos o sociales.
Lo sobrehumano irracional de la tragedia, por el contrario, es irreparable, sea de origen divino o proceda de una irrefrenable y oscura fuerza animal.
Señala Steiner en el segundo texto cómo el drama trágico tiene un origen ligado a la religión. Hay indicios de este origen, relacionado con rituales y recintos sagrados. Este contenido mítico se mantiene a lo largo del tiempo, trátese de agentes del destino o de fuerzas no humanas, ambiguas o destructivas. Y aunque los dramas de Shakespeare sean agnósticos en relación con lo teológico o metafísico, en lo que entroncan con una raíz más bien tragicómica, se impone el modelo mítico en la aparición de fantasmas o brujas, ligados al destino.
Entre ambos textos median 35 años. El primero deslinda el drama de la tragedia, con el criterio de la irracionalidad de ésta. En el segundo busca elementos trágicos en el drama, relacionados con limitaciones de lo racional y presencia de agentes extraños al hombre. La idea esencial se mantiene intacta, pero resultan más inciertas las fronteras.
En otros textos hemos topado ya con el destino. Posiciones extremas abogarían por el triunfo final de la razón y la libertad o por el de fuerzas oscuras irracionales e inexorables. La discusión entre ambas perdura. La predestinación, término teológico, pretende ser otra cosa. El protestantismo la enfrentó a la doctrina católica del libre albedrío. El dogma católico de Trento, desde una posición por fuerza indiscutible, consagra esa no predestinación. ¿Es una tragedia El condenado por desconfiado? Para su autor, dentro de la ortodoxia, no lo sería; la condenación de Paulo es un acto racional de justicia divina que excluye la tragedia, porque su falta de fe lo hace culpable. Como tantas veces ocurre con la religión, las dos posiciones contienen una aporía, y en definitiva, profesiones de fe aparte, confirman la fuerza del destino. Así resultaría el drama teológico una tragedia, contra la voluntad de Tirso.

Con predestinación y alevosía
                                                           Juan José Guirado
Junio de 2003

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