martes, 19 de abril de 2011

El fantasma de John Maynard Keynes

La producción y el consumo se han ido organizando a escala mundial, aprovechando las ventajas comparativas que han permitido a unos países producir algo en condiciones ventajosas en relación a otros. Pueden ser ventajas geográficas, tecnológicas, y, muy frecuentemente, diferencias de capacidad para explotar necesidades humanas. Incluso (todavía, pero eso no durará mucho) considerando los costes del transporte a largas distancias (la deslocalización actual tiene los días contados). Claro que mientras tanto...

El análisis del fracaso socialdemócrata es bastante obvio. Lo difícil es tirarse en marcha de este tren, salir de la dinámica capitalista cuando este sistema está implantado a escala mundial. Ni los países llamados socialistas pueden hacerlo, porque siguen dependiendo del comercio internacional. Y también ellos explotan sus ventajas comparativas...


Manuel M. Navarrete en Rebelión:

Hoy día, con un capitalismo globalizado, la enorme oferta de mano de obra hace disminuir su precio (es decir, su salario), con lo cual cae la demanda y viene la crisis, que hace crecer el paro. La socialdemocracia quiere solucionar esto aumentando los sueldos para reactivar el consumo. Pero, como ha señalado Miren Etxezarreta, la movilidad del capital hace que la socialdemocracia se vea totalmente impotente. Si un gobierno incrementa los impuestos directos o decreta una reforma laboral beneficiosa para la clase obrera, las empresas, simplemente, se deslocalizan y se van a otro país donde encuentren condiciones más ventajosas. No hay que olvidar que el propio José Luis Rodríguez Zapatero quiso aplicar políticas socialdemócratas, con el Plan E por ejemplo, hasta que fue amenazado por los poderes fácticos y comenzó a hacer políticas netamente neoliberales. 


En resumen, los socialdemócratas ni son socialistas ni son demócratas. Además, no han aprendido absolutamente nada de la historia, ya que el actual desmantelamiento del Estado de bienestar nos muestra que el capitalismo no puede domesticarse, que su lógica expansiva lo convierte en un cáncer y que, si sobrevive una sola célula, se reproduce devorándolo todo. No en vano, Keynes diseñó su modelo como un medio para salvar al sistema capitalista en una época de revoluciones socialistas y no -de ningún modo- como un instrumento para combatirlo. Todo esto es algo que deben comprender los teóricos del “socialismo del siglo XXI”, que, desgraciadamente, se parece más bien a la socialdemocracia del XX.

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